Este articulillo ha aparecido en la revista "Signos" del Instituto Bartolomé de las Casas (febrero 2019). Puede ser una buena manera de celebrar la entrada 700 del blog. Y con estas sonrisas, mejor.
Los
curas somos formados para la pastoral,
es decir, para animar la iniciación en la fe, presidir los sacramentos,
fomentar la acción caritativa y social, etc. ¿Pero qué pasa cuando uno llega de misionero a un lugar donde prácticamente
no hay Iglesia? Pues que te das un batacazo, te levantas y comienzas a
“formatear tu disco duro” como evangelizador.
Porque
aunque el Vicariato Apostólico San José del Amazonas fue creado en 1945, en el
río Yavarí solo comienza la presencia permanente de los misioneros en 2004, y
del sacerdote en 2017… y ese soy yo. Formando equipo con una comunidad
intercongregacional de religiosas brasileras, asumimos el reto de acompañar a 35 comunidades junto con la
sede, Islandia, un pueblo construido sobre el río, las casas sostenidas por
columnas de madera o concreto. Todo es peculiar en esta triple frontera
Brasil-Colombia-Perú al noreste de nuestro país.
La lejanía, la
débil presencia del Estado y la pobreza extrema configuran esta periferia
geográfica y existencial, hermosa y cruel casi a partes iguales, azotada por el
narcotráfico, la deforestación, la trata de personas, la violencia contra la
mujer, la usurpación y el comercio ilegal de tierras, el abuso de menores, la degradación
de la naturaleza… Y todo alimentado por una impunidad asombrosa y vergonzante.
¿Cómo situarse en este
panorama? Hay que descalzarse,
aceptar la intemperie personal y pastoral y acostumbrarse a la pequeñez y a la
lentitud de la misión. No sé cómo se hace el primer anuncio o cómo empezar de
cero. Trato de practicar la misericordia
preferencial que aprendemos en el curso del Bartolo, con los más pobres en
el centro de mi sentir, como interiorizamos y compartimos con Gustavo y con
nuestros compañeros.
Una parte fundamental de
nuestra tarea es salir a
las comunidades. A pesar de que las distancias
son enormes (la más alejada está a seis días de navegación río arriba),
dedicamos tiempo y energías a acompañar a estos pueblos de forma sencilla,
regresando y cultivando el afecto. Intentamos ayudar a crear comunidades
cristianas pero no es fácil, y menos que tengan rostro amazónico, un sueño que nos moviliza. En muchos lugares no
podemos hablar de nada “religioso” porque son de otros grupos o sectas
(evangélicos, israelitas, crucistas…), pero nos reciben y conversamos en torno
a temas como los derechos humanos, la educación de los hijos, el cuidado de la
Casa Común o los derechos colectivos de los indígenas. Porque en nuestro
distrito tenemos bastantes comunidades ticunas, y también alguna cocama y
yagua.
Si podemos apoyamos a la gente en servicios básicos
(botiquín comunal, construcción de baños…); el Papa en Puerto Maldonado
dijo: “Todos los esfuerzos que hagamos por mejorar la vida de los pueblos
amazónicos serán siempre pocos”. Hay también gotas de
evangelización explícita (Bautismo, catequesis, la Eucaristía alguna vez…). Pero
la clave es la presencia. No
tanto “hacer” sino “estar”, caminar con este pueblo, siendo uno de ellos,
compartiendo la vida cotidiana, entrando de lleno en la “tormenta humana”, como
bellamente expresan los números 268-271 de Evangelii Gaudium.
(Se puede ver el original aquí)
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