Estábamos en plena pascua juvenil de Puebla de la Calzada, debió
ser el sábado por la noche, después de la Vigilia. Cruzábamos el patio Antonio Rojas
y yo, él blandiendo su cigarrillo y yo armado con mis símbolos de coordinador
del encuentro (el megáfono y el cuaderno), cuando me soltó así, sin anestesia,
esa pregunta que lo cambiaría todo: “¿Tú
has pensado alguna vez en ser sacerdote?”. Era 1988, pero lo recuerdo con
nitidez. Casi treinta años después,
Antonio nos ha dejado rumbo a Casa (ver reseña).
Solamente coincidió con nosotros en el colegio el último
año, en COU, pero su llegada supuso una
auténtica revolución por su cercanía, su complicidad con los jóvenes, su
capacidad de trabajo y su instinto de salesiano pateador de patio, una especie de pura cepa que creo que
desgraciadamente está en extinción como las charapas del Amazonas. El
coordinador de pastoral es una figura clave cuando logra galvanizar iniciativas,
canalizar la participación, animar procesos… De pronto los grupos de Cristo
Vive se pusieron las pilas, ese despacho estaba siempre lleno de gente tanto
como de humo, sacamos adelante el teatro, mi madre decía que “te van a poner
una cama en el colegio”, y el alma de todo eso era Antonio el zopa.
El chat de mi curso se conmocionó el otro día. Kiko dice: “Muy buena gente. Tenía su arranque, pero
era buena gente. Y convirtió a una banda en un grupo de `Coros Angélicos`. Le
tenía mucha estima”. Y es que lo del
coro fue insuperable y nunca lo hemos olvidado. Esos ensayos, cuando le
cabreábamos y echaba a Campos (“Son sus
ojos dos luceros...”, ¿te acuerdas? Nos metíamos con su estrabismo), pero
luego aquellos éxitos en la fiesta de María Auxiliadora o los Juegos Florales.
Cuántas veces hemos cantado en la noche saliendo de litronas:
Los coros angélicos
cantan a porfía:
A-a-a-ave María.
Ave Mari-í-a.
Cuando ya estaba en la Congregación descubrí que Antonio tenía
una espina clavada: nunca le nombraron director. Pertenecía a una clase de salesianos más bregadores y menos “estrella”, creo que considerados de alguna
manera como de menos categoría que otros, relegados siempre a unos ciertos
puestos y no elegidos para el servicio de
la autoridad, ese eufemismo de “mandar”. El caso es que tenía una inteligencia brillantísima (Sofía
dice que ¡radiaba en latín partidos de fútbol en clase!), una memoria
prodigiosa y un talento innato para la música. Años después de irse de
Mérida estudió en Salamanca Teología Bíblica, y de vez en cuando sacaba la
cartera y me mostraba el resguardo de su título. Era una especie de revancha
contra los que le hacían de menos, pa que
vean lo que valgo, coño. Jaja.
Y vaya si valía. Con él se estaba bien. Así de simple. “Qué buenos ratos hemos pasado con él”,
dice Rosa Becerra, y es verdad. En eso se parecía a Don Bosco, nos hacía sentir a cada uno que éramos sus
favoritos, y esa es cualidad hermosísima y rara. A pesar de su carácter (te
mandaba a la m. como le agarraras con los cables pelados), los muchachos
conocíamos cómo era su corazón y no le pasábamos la factura. “Una gran persona y buen maestro”, dice
mi madrina Rocío. “Buen amigo, buen
salesiano… y buenas copas que nos tomamos juntos”, y es que él acudió a
alguno de nuestros aniversarios de promoción, siempre fuimos sus niños. “Un buen tío”.
Mi madre le tenía un poco de inquina porque decía que me
había convencido para meterme a fraile, pero con el tiempo, cuando conoció más
las cosas de la Congregación por dentro, hizo las paces con él. Como yo era un salesianito
de buenas notas y prometedor (jaja, me hace risa eso ahora), hubo otros que procuraron abducirme y durante algunos años Antonio
y yo estuvimos más distanciados. Pero cuando llegó el momento de la ordenación
sacerdotal (ya había dejado el fumique años atrás), fui a él a quien escogí para que aquel día me pusiera la casulla. Los
dos nos sentíamos orgullosos y emocionados, y yo sabía que además él estaba
feliz de que ningún otro se pudiera apuntar un tanto que era únicamente suyo.
O no. Porque lo que aquella noche le respondí fue: “Sí, hace un rato, en la celebración, me he planteado algo así”. No caí entonces en
que la pregunta fue por ser cura, no por ser salesiano, pero con el paso de los
años y los acontecimientos lo he ido comprendiendo. No me ha dado tiempo a
conversar con él sobre esa clarividencia y esa generosidad, pero ahora Antonio,
amigo, ya lo sabes. Espero que no sea tarde para decirte cuánto te quiero y lo
importante que has sido para mí y tantos de nosotros. José Ignacio te llama “Un cura de `al pan, pan y al vino, vino`”.
Estarás celebrando la Eucaristía definitiva con el pan de la vida y el vino de
la alegría eterna. Provecho.
Qué bonito escribes y con.qué sentimiento.Por eso me gusta tanto leerte..Porque cuando lo hago,parece como si yo edtuviera también metida en cada historia.Rezo por ti.
ResponderEliminarUn furte abrazo.