Los primeros días en la selva están siendo una sucesión de
sorpresas que van cayendo en mi silencio como los confetis de una bombarda
festiva, suaves pero con decisión. Silencio que de vez en cuando rompo para
preguntar, y todavía me da la impresión de que a veces hablo de más.
Estoy en Iquitos, la capital de Loreto y la mayor urbe de la
selva peruana, con más de 600.000 habitantes. Das cuatro pasos y al toque
aprecias que es como si el avión hubiera retrocedido en el tiempo veinte años:
el desorden, esas veredas de tierra, la basura desparramada, las pobres casas
de Punchana, el hospital regional que no tiene médico de emergencia pero está
desbordado de gente y de suciedad… y todo aliñado por un estruendoso enjambre
de más de 30.000 mototaxis, que se dice pronto.
No había doctor en urgencias cuando llevamos a Sara a las 9
de la noche, después de que se cayera y se hiciera daño en la casa Kanatari,
donde estamos celebrando el encuentro nacional de la JEC (Juventud Estudiante
Católica). Como siempre, estar con los jóvenes me impulsa, me insufla vida, me
renueva y me calma. Es prodigioso porque pasan los años y es una constante.
Conversar con ellos personalmente me ha
impactado, cuánta violencia hay en las familias, cuánto maltrato de todo tipo,
y cómo afecta eso a los muchachos, les hace llorar apenas empiezan a contarte.
En el encuentro el padre Ángel Saboya, que es el consiliario
nacional de la JEC, quiere celebrar sus ¡50 años! de vida sacerdotal y de
servicio al movimiento. Armamos una fiesta sencilla pero muy bonita: la
Eucaristía, la humilde cena para toditos, el brindis, los discursos, los
regalos, los vídeos, el programa… y el baile. Me quedo asombrado cuando
aparecen los de las plumas, los tambores, las flautas y el cuerpo pintado, que
imprimen una marcha más a la fiesta y le dan un tono puramente selvático.
Y me doy cuenta en mi piel de que estoy en otro mundo: los
rostros, los ojos rasgados, los nombres, la manera de hablar, las melodías, los
colores, las expresiones, las comidas… ¡todo! Y todo marcado por el río: el
agua, los animales, la pesca, el predominio de la naturaleza. Me quedo mudo
de admiración y de estupor. Nada menos que acá me ha venido a traer Diosito.
Los jóvenes adoran al padre Ángel, y él sabe conectar con ellos a pesar de sus 75 castañas. No importa la edad, qué alivio. Su chapa es “shameco”, que acá significa cariñosamente tontallo, zonzito, upa diríamos en Mendoza. Así me tiene la selva, shameco, embobado, fascinado. Y eso que no he salido de Iquitos. Mañana empieza mi viaje iniciático, de descubrimiento del Vicariato y más que probable profundización en el silencio; primera parada: Tamshiyacu, Amazonas arriba en dirección a Nauta. Mamá, a buscarlo en el Google.
Los jóvenes adoran al padre Ángel, y él sabe conectar con ellos a pesar de sus 75 castañas. No importa la edad, qué alivio. Su chapa es “shameco”, que acá significa cariñosamente tontallo, zonzito, upa diríamos en Mendoza. Así me tiene la selva, shameco, embobado, fascinado. Y eso que no he salido de Iquitos. Mañana empieza mi viaje iniciático, de descubrimiento del Vicariato y más que probable profundización en el silencio; primera parada: Tamshiyacu, Amazonas arriba en dirección a Nauta. Mamá, a buscarlo en el Google.
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