Llevo unos días de ajetreo rico,
de un lado para otro como la bola del
pin-ball, poingpoing. Cansa pero
me permite encontrarme con muchas personas y eso es bonito y llena. El diario
de misión está repleto de pequeñas anécdotas y detalles curiosos.
El sábado pasado jornada de agentes de pastoral, faena y asamblea
con los papás de la Casa Hogar (que se merece otra entrada), viaje a Huambo con
reunión del consejo de pastoral y misa, todo en uno. Entre medio, llamadas por
todos lados mientras estoy en moto, o confesando, o almorzando. Un día en que no te da tiempo ni a tirarte un peíto…
Domingo: desayuno con arepa y carahota venezolanas con las
hermanas, misa y rumbo a Limabamba: Eucaristía, consejo de pastoral y luego una
visita relámpago a Chirimoto, para de ahí pasar a Calohuayco. Como Nely está de
viaje, hay que hacerlo casi todo: hasta subir al campanario por una escala
peligrosita y repicar. Vale la pena
porque esta gente es muy buena y se lo merece. Ríen con la bromas de la
homilía mientras San Juan Macías nos mira con la cara de Fede pero más tiernito.
El lunes era la víspera de Santa Rosa de Lima, y me vi a las 9 de
la mañana en la iglesia llena de policías con traje de gala, y un general y
todo. Tras la misa, procesión con la santita y bendición del nuevo segundo piso
de la comisaría: discursos y más
discursos de las autoridades, miles de apretones de manos bajo el sol de
mediodía y al final almuerzo entre gente importante.
Pero la gallina se quedó a medio comer porque a las 2 me esperaban ya en Mito
para su fiesta patronal, y de ahí comencé un viaje de más de dos horas hasta
Líbano.
Todavía no había llegado cuando ya me estaba llamando Loymer para
invitarme a cenar, porque esa noche se iban a casar él y Apolonia (ya era hora).
Así que del carro pasé de frente al cuy con papas y arroz, y de ahí a una
tercera misa, la víspera de la fiesta de Santa Rosa, patrona del Líbano. Creo que es la primera vez que hago la
homilía con una niña en brazos, la marqué
porque corría por el pasillo y no me dejaba, jaja. Al terminar, la banda no
llegó a la puerta de la iglesia, así que lao
no pudimos bailar, pero fuimos a jugar al futbolín y les pegué unas buenas
palizas a unos y a otros. Una nube de muchachos miraba boquiabiertos al cura
jugar duro y ganar… jaja, gracias Félix por tantas horas de vicio en los
futbolines de la calle Santa Eulalia cuando éramos chivolos.
El día central de la fiesta, el pack completo: misa, procesión (con gorra) y almuerzo. Y un
montonazo de ofrendas que colman el cofre de la camioneta: plátanos a full,
papayas, cafesito, paltas, panes, tarros de dulce… y hasta una gallina en una
caja. La gente nos trata con un cariño y
una sencillez apabullantes. Regreso y paro en Nuevo Chirimoto a visitar a
Gabriel, que está en cama con una pierna recién operada por un accidente de
moto. Mientras conversamos, su esposa llega y me avisa: “¡Padre, una gallina está revoloteando por todo su carro!”. Jaja,
se había salido de la caja.
Miércoles: esta vez hay que ir a Santa Rosa, que celebra su
“segundo día”, una especie de repetición de la fiesta para que vayan a misa los
del pueblo, que ayer estaban ocupados atendiendo a sus visitas. Quieren
confesarse varias personas, y entre ellas algunas a las siento que puedo
escuchar y ayudar; una mujer, hablándome de sus problemas, me dice: “Los
varones nunca maduran”, jaja, me parecía que iba dirigida a mí… Jamás en mi vida había visto una procesión
con dos imágenes iguales pero de distinto tamaño: la Santa Rosita primera,
chiquita, y la más reciente grandaza, que parece su mamá. Aaay Diosito. He ido
en moto y al regresar, desde la altura, veo cómo la lluvia va barriendo la
llanura de Huayabamba: una impresionante cortina de agua que tiñe el cielo de
grises acercándose a Mendoza. A ver quién llega antes, el aguacero o yo, y gano
por dos minutos: abriendo la puerta del garaje empiezo a
mojarme pero me libro de la tremenda tormenta que atrona el valle entero.
Aún me quedará ir a Michina esa misma noche. Y al día siguiente,
Nueva Unión y Nueva Esperanza, lejos, hacia La Jalca. Y esta tarde, Challuayacu
y Nueva Luz. De acá para allá. A ver si entre golpe y golpe de la bola doy en
los 1000 puntos y voy madurando. Ahora estoy de nuevo en Limabamba, donde
disfruto por fin de una mañana tranquila: duermo,
descanso, paro y escribo. Pero ahí
nomá porque ya es muy largo.
¡Es deleitoso leer tus entradas con el ritmo tan vertiginoso de vida que llevas! Te imagino de un lado a otro sin parar,pero atendiendo y dejando huella en todo.¡Que dios te bendiga! Abrazos
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