Es lo que tiene
celebrar
la Semana Santa en 6 o 7 pueblos a la vez: ¿cómo preparar las cosas bien?
No se puede; al menos no como solíamos hacerlo en España. No se puede elegir un lema que de unidad, ni hilar las homilías unas con otras, pero se disfruta de la originalidad de cada sitio, con sus tradiciones, su estilo y su gente. Ha sido una
experiencia diferente, pero también cargada de ternura y de intensidad.
El Domingo de Ramos tocaba Longar. Por el camino tuve que
dejar la moto encargada en una casa porque la carretera desde Huambo estaba levantada por obras de desagües y era
un barrizal tremendo. Llegué como pude, junto a la gente acudiendo con las
ramas de palma. Se recorre la calle principal cantando, los más mayores ya en
la iglesia cogiendo sitio (eso es internacional). Qué peazo celebración. Luego, para ir de Longar a Mendoza, primero de
pasajero en moto, y a mitad de camino vemos un taxi con una plaza libre y lo contratamos en marcha…
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Bajando con Charo y Delicia de ver a Vicente. Al fondo, Santa Rosa |
Una parte sustancial de estos días es la visita a los
enfermos. El Miércoles Santo dediqué buena parte de la jornada en Santa Rosa,
con mochila, bastón y botas de jebe para poder llegar a casa de don Eulogio,
don Lucho, doña María… y por supuesto Vicente. Pero él tiene que ser después de
almorzar, porque hay que escalar tremenda
cuestaza de más de 45 minutos, hasta
arribita. Vicente es un hombre no muy mayor (64 años), uno de esos peculiares ermitaños que eligen vivir solos y separados del mundanal ruido. A él hay que llevarle el alimento material, o sea, hay que llegar con un taper de arroz con pollo y yuca para que coma algo en condiciones por un día. Mientras él almuerza, nosotros nos reponemos de la brutal subida comiendo naranjas, que en su casa las hay
hartísimas. Y conversamos. Nos cuenta cómo de vez en cuando llegan personas a engañarle, a robarle; hablamos de Dios, del cielo, de los valores, de cómo está el mundo.
Le hacemos sencillamente sentir que pensamos en él, que para nosotros existe y merece ser tratado como un ser humano.
El Jueves Santo amanezco en Limabamba. En la mesa del desayuno, junto a mi plato, hay una rosa y una tarjeta felicitándome el día de los sacerdotes, delicadeza
de las religiosas. Luego prepararán de todo: chicharrón de chancho, keke, budín... que se note que estamos de fiesta. Vamos a la panadería a encargar un pan grandazo sin levadura para la celebración, y lo hacen muy bonito; me recuerda a mis Valles y
me siento de pronto lejos de tantas cosas que amo, tantos detalle deliciosos de aquella semana santa entrañable. El proyecto de lágrima se deshace cuando veo a los apóstoles dispuestos con sus
vestimentas, unos ponchos pardos que les embroca la tía Meche. Jaja, qué gracia. Y por la noche,
durante la hora santa, aparecen un café y un pansito con queso a los que invita la parroquia; nos lo zampamos ahí mismo, delante del monumento... Me encanta y sonrío para mis adentros: acá también la semana santa te sorprende con quiebros primorosos y simpáticos.
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El cafesito ante el Monumento igual que se tomó ante el ataúd... |
"Salve salve salve, Santísima Cruz / Árbol cuyo fruto es mi buen Jesús". Qué preciosidad de himno, de antiguo sabor, para acompañar a la cruz por el pasillo de la abarrotada iglesia de Huambo. Les he convencido para traer un crucifijo bien grande, que se coloca de pie para la adoración: invito a cada cual a llenar de sentimiento ese gesto personal ante el Señor, y la imagen de Cristo muerto recibe una buena ración de sobas, besos, abrazos, caricias.
Muchas personas lloran y yo también me emociono al verlos a ellos; el ambiente es impresionante. Les he convencido también para hacer la colecta al final, cuando se va a acabar la comunión (Rosario, ¿te suena?), para que nada distraiga ese momento único. Una celebración larga pero bien hermosa.
Acá no hay procesiones. Es increíble pero es así... ¡con lo que gustan los
santitos! Pues parece que salen a pasear solo en fiestas de gloria. Con excepción del Via Crucis, que en Huambo comienza inmediatamente después de la liturgia de la Pasión: el mismo Crucificado que se ha adorado se planta en sus andas, la Virgen de los Dolores a su tras, y palante por las calles. Las estaciones resultan ser las catorce obras de misericordia, y las rezamos con devoción, solo la lluvia adorna el silencio. Al final del Viernes Santo, un rato de convivencia con las hermanas. Al día siguiente habrá ricas arepas en el desayuno, lo mejor para encarar las tareas del Sábado Santo, que va a ser muy distinto de lo que yo me imagino mientras manejo la moto a Mendoza. Pero eso es otra historia.
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¡Ay mis apóstoles limabambinos! |
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