viernes, 15 de enero de 2016

EL REGRESO DE LA TORMENTA


Los meteorólogos bautizan a las tormentas tropicales, que se desplazan transformándose en huracanes o apaciguándose según los casos, y siempre dejan huella de su paso. El huracán Josely Ardila ha vuelto a casa; bueno, ha regresado a España, a nuestra diócesis, porque su casa ha sido el Perú durante 24 años, media vida. Y es una noticia de esas “de alcance”, porque nos llega a todos los que sentimos como nuestra esta presencia pacense en tierra peruana.

El misionero ha de afrontar trabajos difíciles; y quizá uno de los más penosos es discernir el momento de su retorno. Ya lo he visto y lo veo en compañeros: el corazón dice una cosa pero la realidad también es lenguaje de Dios, y a Él solo hay que obedecer. A Josely le ha costado mucho tomar esta decisión, pero una vez dado el giro, no hay medias tintas. Así es él.

Así: imparable, resolutivo, un nervio que no descansa, una rara especie de inductor de sonrisas. Fuerte y duro, y al mismo tiempo entrañable, con la lágrima resbaladiza cuando su corazón se colma. Tras sus primeros tiempos en Leymebamba, ha enterrado 15 años de su vida en esos cerros cajamarquinos. En Sorochuco es mucho más que “el padre”: es el vecino, el amigo, el confidente, la autoridad… y también el enemigo cuando es preciso.



Al vendaval Josely no se le pone nada por delante. Tan pronto agarra el pico para mostrar a los obreros lo que hay que hacer, como regatea el precio de las papas con medio mercado de Celendín, maneja la camioneta a las tantas de la noche bajo la lluvia, preside una corrida de toros o te prepara un cocido que conmociona de lo rico que está. Y todo con ese empuje, con esa intensidad, como “el rayo que no cesa”.

Su genio le ha permitido “sacarse el ancho” por los más pobres: ha creado y sostenido el comedor parroquial, ha construido casas, salones, un convento de clausura, ha conseguido ambulancias, material escolar, dinero para levantar el nuevo seminario de Cajamarca… y es incontable el número de personas a las que ha apoyado (y las que nunca sabremos). Cuando vas con él, es como si un ciclón arrasara la calle, no para de saludar, todo el mundo lo conoce y para todos tiene una gracia, ¿cómo lo hará?

Recuerdo que una vez, conversando con Lázaro, un sacerdote de su diócesis, me decía riéndose que “Josely es más peruano que los peruanos”. Y es tan cierto, que desde ahí se puede sospechar algo de su dolor al dejar esta tierra. En ella quedan sus huellas, estragos de vida que esta tempestad de trabajo y solidaridad ha sembrado a tumba abierta.

Josely, tus compañeros te vamos a echar de menos: a ver quién alborota ahora nuestras reuniones o quién me lleva a tomar ceviche. Pero ahora tu familia te necesita, y eso es sagrado. Y no pienses que te vamos a dejar salir del grupo de whatsapp, porque para nosotros tú estás acá, tu tormenta sigue tronando entre estas inmensas montañas, iluminando el camino con su relámpago, recordándonos que para ser feliz no se puede escamotear la entrega. ¡Gracias, hermano!

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