Y de besar, y de cosquillar, y de sonreír, bromear, tocar y cariñar en todas las versiones. No te dedicas a otra cosa en cuanto pones el pie en la Aldea Infantil, como si pudieras apaciguar el escozor de los abrazos no dados o suturar la nostalgia de los besos perdidos.
O calmar los gritos silenciosos de estos niños abandonados, maltratados, abusados, heridos hasta el punto que la administración retiró la tutela a sus papás para proteger sus derechos y devolverles al menos una porción de niñez. Pero infancia siempre precaria e incompleta, saqueada por la melancolía de la ausencia del amor que no fue y que tanto se necesitó.
No es suficiente ir, entrar a los cuatro hogares, saludar, bromear, jugar al voley, hacer coreografías, almorzar juntos, marcar (coger en brazos) a los más pequeños... Se te tiran encima, te aplastan, un montón de brazos te requieren, ojos te buscan y risas reclaman tu atención, pero no es suficiente. Nada puede sustituir el cariño íntimo de mamá, forjador de nuestro corazón cuando somos bebés. Por eso siempre sobrevuela la Aldea una especie de muda evocación que lo viene a teñir todo de tristeza.
M. tiene dieciséis años y un trauma que la tiene abotargada. Cuenta que cuando era chica unos hombres viejos le hicieron "muchas cosas malas" (...), la drogaron, la utilizaron para sabe Dios qué. A duras penas sujeta su desbarajuste afectivo, y cuando te descuidas se pone a oler pegamento y comer la cal de las paredes, como si así pudiera sacudirse el asco y la desgracia. No sabe por qué lo hace, pero no puede evitarlo, llora, "yo quiero ser buena"... La Aldea, que acoge a 40 niños de toda la región Amazonas, no cuenta con personal cualificado para ayudar a M., así que hoy la han trasladado a Cajamarca. Nos hemos despedido dentro de una nube de desconcierto y desconsuelo. Pobre M., ¿dónde está su tierra firme?
Las cuidadoras de los niños, las "tías", hacen lo que pueden, y yo intuyo que cada día son incapaces de encajar tantas historias, tanto sufrimiento pegado a la piel de estos niños: los cinco hermanos de Achamal, Doris y su tartamudeo, J. al que no soportan los maestros y que ha vivido recibiendo palos, Adly, Sherlyta, Evelyn, Albeiro, Diana, Shiara, Joaquín, Claribel, Jesús, Loli... todos hasta el bebito Percy. La directora de la Aldea es Llina, que maneja su capacidad de dar amor combinada con resortes para educar a niños con laceraciones interiores muy profundas, muchas todavía dolorosas, todas dejarán cicatrices en su sensibilidad y su raíz.
A veces no existen los papás, pero a veces sí, y pueden ir a ver a sus hijos los domingos. La cruda realidad es que apenas llegan a cinco las visitas, y cuando sale el tema las caras de decepción te parten el alma. Los niños ya fueron botados y en muchos casos el desamparo continúa. Luego están los "padrinos", son (somos) personas que tratamos de hacernos cargo de algún niño, ayudar a su sostenimiento, aconsejarle, visitarle, sacarle de paseo... Unas veces coincide con los padrinos de Bautismo, otras no, y otras es cosa de un día y un regalo (...). Triste de nuevo. Los niños tienen cubiertas sus necesidades materiales, pero están sedientos de amor verdadero.
Suelo ir a la Aldea "por nada", para ver a los niños nomás. Llego creyendo que voy a ejercer el "oficio de consolar" (Ejercicios 224) abrazando a troche y moche, pero lo que ocurre es que ellos me curan los cansancios, me sacan mi mejor sonrisa y hacen rebosar mi propia necesidad de ser querido rescatando de la indigencia a mi corazón. ¿Quién conforta a quién? ¿Cuáles son las manos que acarician y cuáles son estrechadas? ¿Quién de entre todos los niños, incluido yo, siente más intensamente el respiro de la felicidad? Todo el mundo me llama "padre", pero acaso solo en la Aldea lo escucho vibrando mis oídos de sentido y alegría. Soy un "padre sin hijos", pero palpo que esto es lo más parecido.
Anteayer llegaron los últimos niños: Juan Manuel, Nicolás y... Esperanza. Su historia, para otro día. Ahorita antes de terminar esto, me acuerdo del evangelio de mañana: Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: "El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí" (Mc 9, 36-37).
El Bollo de leche tocando los botones del reloj, que es lo que le chifla |
Entrada super emocionante y de esas veces que te asoma alguna lagrima.
ResponderEliminarSaludos. Cuídate mucho.
César,nos pones los pelos de punta contándonos esas vivencias tan estremecedoras".Diosito¨" sabe donde te llevó:allá donde el amor y el cariño es lo que más se necesita.Te adoran y tú los quieres.Es recíproco.Esta noche mis oraciones van para todos los niños de la Aldea y las personas que estáis amándolos.
ResponderEliminarSe te ve muy feliz en las fotos.Cuídate mucho y abrazos para todos los niños .