El viaje a España recién terminado me ha regalado algo
doloroso y hermoso: acompañar a mi tío Víctor en sus últimos días y compartir
esa experiencia con su esposa Puri y sus hijas. Mira por donde, a pesar de perder un tío, he encontrado una
nueva tía y primas: se ve que Dios es experto en sacar el bien donde
aparentemente solo hay mal.
La de mi tío es una historia preciosa. Fue niño de la
posguerra en Pasarón de la Vera (Cáceres), un poco mayor que mi padre, al que su
familia envió al seminario para que pudiera estudiar. De aquella época le viene una fe arraigada y sólida, que ha vivido
hasta el final. Pasó por Orense, Salamanca…
Y siempre nos contaba las peripecias de sus viajes en tren.
Porque a mi tío Víctor le
encantaba hablar, explicarte las cosas con detalle y sin escatimar tiempo.
Si le preguntabas algo, él se preparaba, tomaba aliento, unos instantes de
silencioa modo de carrerilla, y decía: “Vamos
a ver, César…” y pum, la hora enterita del vermut cascando. Jaja.
Realmente mi tío lo es porque se casó con mi tía Filo, hermana
de mi padre. Ella fue siempre una mujer enferma del corazón, y él, con su corazón noble y generoso, se dedicó
durante años a cuidarla, a llevarla a médicos a Madrid para sus operaciones,
sacrificándose mucho pero con gran amor porque se querían de verdad. Hasta que
mi tía falleció hace doce o trece años y él la atendió esmeradamente hasta el
último momento.
Su vida se quedó entonces como sin argumento. Recuerdo que
estaba yo en aquel momento en Mérida, en ese año y pico de transición o de limbo, y como mi casa está a 50 metros
de la suya, él se venía todos los días con nosotros, sobre todo por la noche.
Yo llegaba de Calamonte donde colaboraba con la parroquia, y me lo encontraba a
la hora de la no-cena, el picoteo nuestro en la cocina, y allí conversábamos
juntos y relajados, y creo que él se
sentía acompañado y algo aliviado en medio de la pérdida de su esposa. Mis
padres siempre se han portado con él como auténticos hermanos.
Poco a poco se fue rehaciendo. Ya jubilado como trabajador
de Butano, descubrió su segunda vocación como guía voluntario del museo: ¡ahí
sí que encontraba una audiencia atenta a sus detalladas enseñanzas! Y en ese tiempo de remonte conoció a Puri.
Ella me lo ha contado en uno de esos largos ratos que hemos pasado junto a la
cama de mi tío: cómo le echó el ojo y
un día la abordó en la farmacia, “tú eres
Puri, ¿verdad?”, jaja. Y ahí empezó todo.
Puri llevaba años viuda. Perdió a su marido con menos de
cuarenta años y tres hijas que criar. Y tuvo que tragarse las lágrimas, atarse
los machos y tirar para adelante, con las espaldas así de fuertes y echando más horas que un reloj. Una luchadora. El resultado: Purita,
Ana y M. Ángeles, tres mujeres encantadoras, con sus familias y sus trabajos.
Tanto esfuerzo había merecido la pena, pero la vida le reservaba a Puri la
sorpresa de conocer y enamorarse de tío Víctor.
De repente se vieron todavía jóvenes, libres, con los hijos
mayores, y entonces pudieron disfrutar
de tantas cosas a las que durante años debieron renunciar. Se casaron. Y
viajaron por Galicia, por las Baleares, mi tío llevó a Puri a su pueblo, salían
a comer fuera porque a él le encantaba… y ambos encontraron nuevas familias
grandes. Mi tío ejerció de abuelo con David, con Beatriz, a la que me imagino
escuchando embobada sabias explicaciones en tardes de campo. Una felicidad
dulce e inesperada.
Pero… hay que ver cómo son las cosas. El cáncer vino a
truncar estos años de dicha. La batalla la han librado los dos, sin escatimar
valentía, pasando por momentos muy duros. Yo lo llamaba por teléfono y sabía
que a él le encantaba porque estaba orgulloso de que su sobrino se hubiera ido
al Perú. Pensé que no me iba a dar tiempo, pero Dios nos dio oportunidad de
vernos de nuevo en este viaje. Casi cada día iba, comulgaban Puri y él, y fui
notando su deterioro. Todos estábamos volcados. Los últimos días, cuando ya no se levantaba, ella se acercaba a su oído
y le decía “Te quiero”, y eran unas
palabras muy repetidas antes, que salían desde el fondo y entraban hasta dentro,
muy probadas, muy verdaderas. Puri ha cuidado a mi tío con una delicadeza y
un amor dignos de la mejor esposa.
Me dio tiempo a casi todo, pero no a celebrar su entierro. Murió la misma mañana que yo me volvía a Perú,
así que se mezcló el impacto de su marcha con la pena de mi despedida. Un
día que jamás olvidaré. La vida es muy bonita, pero a veces terrible, te colma
y te despoja. Se que a tío Víctor, que está en el cielo, le gustará que yo
dedique estas líneas a Puri. Me han salido más largas que la carta de Beatriz a
su abuelo, y no pueden competir con su cariño, pero las he escrito con mucha
emoción y agradecimiento a ella y a Purita, Ana y M. Ángeles. Tía y primas por
añadidura.
César, muy emotivo. Hemos disfrutado leyendo este bonito recordatorio fruto de tu buena relación con èl. Describes a la perfección a tu tío, su sabiduría, su buen hacer y su amor incondicional para todos, los de siempre y los que aparecimos en su última etapa. Tus visitas diarias, transmitían paz y serenidad a Víctor y a todos los que allí nos encontrábamos.
ResponderEliminarMi madre, tu tía, eternamente agradecida por todo el cariño que ha recibido. Él ha unido a tres familias: Aguilar, Caro, González.
Sin duda, encantadas de aumentar familia!!!
Gracias por todo, primo.
Tu tía y primas te mandamos un abrazo extremeño enorme.
El paso del tiempo no hace sino agrandar el cariño que te tenemos al ver cómo has tratado al abuelo en esos últimos días. Ahora paseando con mi familia por los lugares en los que el tantas veces ha estado y disfrutado le tenemos muy presente. Cuidate mucho cesar y rezale para que el nos cuide a nosotros. Un abrazo de tus "primos" y " sobrinos" Puri, Beatríz, Jaime y Jorge.
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