con nosotros, los débiles,
que nos ponemos en camino para seguirte por la orilla,
cargando con nuestra vida y nuestro vacío:
con los enfermos, con los niños, con las mujeres
y con una soledad en el alma
que sólo tú podrás llenar,
hablándonos con misericordia porque andamos desolados y tristes.
Así crece tu Reino, Maestro:
tras el terror de la muerte de los profetas,
en las cárceles que mantienen el odio y la injusticia,
tras el gozo del que ve crecer la semilla sembrada.
Y miras al frente: y aquí estamos.
Sin rumbo, sin horizonte.
Si hay caminos, han quedado atrás:
hacia ti nos trajeron.
Si hay vida, es la que tú vas a poner en nuestras manos.
El Reino crece en tus palabras
y en tu acogida
y en la salvación que otorgas a los enfermos y los pequeños.
Una multitud de desechados,
de olvidados,
de gente sin mañana.
Pero contigo sí podemos todo,
contigo sí hay luz y vida y fuerza.
Y llega la noche.
Y seguimos atentos a tu palabra, a tu gesto.
Pasa un niño, con un pequeño cesto, en sus manos.
He mirado:
lleva cinco panes de cebada, dos peces.
Somos muchos alrededor.
El niño se acerca a ti; y has sonreído.
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