viernes, 25 de octubre de 2013

UN CHAPARRÓN DE SOL

Sales al jardín, caminas 50 metros y esto es lo que te encuentras:


¡Guau! Es la casa de ejercicios del Puerto de Santa María. Con semejante paisaje no hacen falta muchas charlas, pero si además tienes la suerte de que te acompañe Richard Gassis SJ, un sabio salao, el lujazo es doble. Así llevo disfrutando desde el lunes pasado.

Es una tanda de 8 días para jesuitas y algún enchufadillo como yo. La mayoría están jubilados, así que la experiencia está pensada en plan relajado: dos momentos de puntos al día, las comidas y la misa "a palo seco", sin peticiones ni homilías. Ni laudes, ni reuniones ni nada... unos días de "vacaciones con el Señor" en expresión de Richard.

Pero en silencio total. Y se respeta, ¿eh? Al principio cuesta un poco, pero luego te metes y... hasta te molesta alguna conversación susurrante en el pasillo. En el comedor ponen música de fondo y uno sigue a lo suyo, sin desparramarse. Nos pedimos el agua o la sal con gestos, pero no es difícil porque todos tienen mucha práctica.

De hecho, Richard dice que da muchas cosas por supuestas, porque este público ha hecho ejercicios mil veces. Explica los puntos contando anécdotas de la infancia en su pueblo, de su familia, nos habla de su madre, de sus hermanos... Lo hace con humor y finura, y suele terminar las frases con un "joer" muy vasco que le sale como en sordina. Rotundo pero delicado, como el bacalao al pil-pil.

Esta tarde tocaban los tres binarios, los tres tipos de personas. Un ejercicio que he hecho varias veces y que he explicado otras tantas ya. Pues nada, Dios siempre sorprende. Estaba escuchando y noté como una sacudida interior. Tomaba notas y casi me temblaba la mano. Llegué a mi cuarto y me puse a ello... Era como si de repente todas las piezas encajasen, como cuando era niño y descubría quién era el asesino en una novela de Poirot cuando quedaban 50 páginas...

Un poco después, ante el sagrario, me llenó una paz nunca antes sentida, no me salen las palabras para expresarlo. Me cambié y me fui a dar un largo paseo por la playa. Los pies en la arena y en el agua, y mi corazón volando, pero muy suave, planeando, despacito... Hasta que empezó a llover. Una cortina de agua se abrió paso entre los rayos del sol, que seguía luciendo en lo alto. Me quedaban unos metros hasta las escaleras y eché a correr, pero llegué empapado a la balconada con marquesina que hay en el jardín de la casa.

Me senté, mojado por la lluvia y el sudor, y reí mientras el sol se acostaba perezoso. Me sentí alegre y agradecido, como nunca en mi vida. Colmado por un chubasco de claridad. ¿Recuerdas, Morke, lo que hablamos el otro día? La llamada del Señor tiene para cada persona un timbre peculiar. Y hoy Diosito ha querido que mi vida sintonice su voz, y creo que jamás había saboreado una libertad así.

Exultante, paso junto a una plancha que hay en el pasillo, por si se nos arrugan las camisas... y pienso que necesitaría más bien un secador.

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