Los brazos estuvieron doliéndome varios días después del Corpus. Digo yo que sería por llevar al Señor por la calle en dos procesiones, y es que oyes, las custodias pesan... Como las personas, sobre todo las inertes, las que están paralizadas por la desgracia o sepultadas de dolor.
Caminaba y me acordaba del buen pastor, o del samaritano que carga con la oveja herida. Había mucho ruido, pero cuando nos deteníamos y yo me arrodillaba ante el Señor en cada altar, se oía un "chhhhhhhhhhhsss" y se hacía silencio. Fueron momentos bonitos, íntimos; me sentía el sacerdote en-cargado de orar por mi pueblo, de presentarle a Dios-pan nuestras hambres, de mostrarle humildemente los borbotones de desamor, los destrozos de la injusticia, las marcas por daño que nos hacemos. "Al menos, que alguno rece" - pensaba, que alguien, en este mundo desquiciado, le devuelva a Dios una mota de atención, un pétalo de ternura, un retazo de silencio.
Pesa la custodia. Pesa mi pueblo. Le doy vueltas desde que leí la homilía del Papa en la Misa Crismal:
"La vestimenta sagrada del sumo sacerdote es rica en
simbolismos; uno de ellos, es el de los nombres de los hijos de Israel grabados
sobre las piedras de ónix que adornaban las hombreras del efod, del que
proviene nuestra casulla actual, seis sobre la piedra del hombro derecho y seis
sobre la del hombro izquierdo (cf. Ex 28,6-14). También en el pectoral estaban
grabados los nombres de las doce tribus de Israel (cf. Ex 28,21). Esto
significa que el sacerdote celebra cargando sobre sus hombros al pueblo que se
le ha confiado y llevando sus nombres grabados en el corazón. Al revestirnos
con nuestra humilde casulla, puede hacernos bien sentir sobre los hombros y en
el corazón el peso y el rostro de nuestro pueblo fiel (...)".
Vaya si pesa. Pesa el mal al que me he de acercar cada día en forma de enfermedad, de vejez, de problemas tremendos en las familias, de parejas con el amor disipado, hijos que toman malos caminos, dificultades económicas insoportables, pérdidas de sentido y de alegría, violencia, traiciones, mentiras. No lo puedo solucionar, pero sí cargarlo un trecho. Pesa mi iglesia, tan distraída a veces en lo superficial, en el adorno o la notoriedad. Pesa y duele que ignoren y se mofen de lo cristiano, o que te desprecien por ser lo que eres sin conocerte. Pesa como una losa cuánto de inhumanidad hay en nosotros.
Pero soy el pastor. Y a todos tengo que aceptar y querer. Y a todos estoy dispuesto a servir, a todos por igual, sin hacer acepción de personas, como el Señor, que es alimento para cualquiera que necesite y desee. Todos. Hasta los que vuelven la cara. Eso pesa. Y da agujetas en el corazón.
LLEGA AL ALMA TODO LO QUE ESCRIBE.QUE BONITO.
ResponderEliminarEl que te vuelva la cara no sabe lo que se pierde. Sin ninguna duda, tú me has ayudado en momentos malos y me has hecho ser mejor persona. Me encanta que seas nuestro cura.
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