"Mi papa me pone la cabeza loca" dice Remedios, y no es para menos, porque cuando Juan se arranca a contar historias de antes, no hay quien lo pare. Lo escuchamos pacientemente Conce, Josefina y yo la semana pasada, justo al día siguiente de cumplir 95 años.
Juanico el quemao es del grupo de los más viejos, y sin duda uno de los personajes del pueblo. Cuando era más joven debió de ser un figura, con sus tratos, sus trapicheos, sus compraventas de burros, carros y lo que se terciase. Su hija nos contó que un día vinieron a buscarle unos gitanos ("uno de ellos con el pelo largo y una pinta..."), se embrocó en el coche con ellos y no regresó hasta el otro día. "Yo le gritaba: ¡papa, no te vayas con esa gente!... pero nada, ni caso". Jejejeje.
La visita del cura es bastante frecuente. Cuando llego, siempre hacemos un happening: "¡Juan, ¿quién soy yo?!" (gritando a tope). Él me mira fijamente, su cara pegada a la mía, como cuando mi abuelo se ponía el periódico en las narices: "Pues no caigo"... Y Remedios: "¡Es el cura!". Y Juanico, que lo sabe perfectamente desde el principio, empieza: "¿Es usté? ¿Es usté? ¡Cagoendiez!". Entonces me da un abrazo del oso bien estrecho. Yo es que me parto.
Cuando empieza con el cuento del comandante, o con lo de los tiros, su hija y su yerno Manolo lo cortan, porque es lo mismo mil veces, y debe aburrir a las ovejas. Pero el otro día dijo algo precioso: "Mire usté, César, yo soy el hombre con más suerte de toa España". Es su lenguaje de agradecimiento a su familia, que lo cuida con esmero como al patriarca que es. En esas llegó Sonia, una de sus zagalas, con su bisnieta Miriam, una medallita. Juanico está siempre rodeado de cariño: su otra nieta Tere, ese Juanfran Bancalero perrunillero... Digo yo que por eso dura tanto.
Llega el momento de la despedida y él siempre insinúa que igual ya no nos vemos más. Así que esta vez me hizo el siguiente encargo: "Cuando yo esté donde tengo que estar, usté va a mi huerto y se come todos los higos que quiera. Esté donde esté, usté viene". Se me estremeció el corazón. Nos dimos otro abrazo y yo pensaba que desde luego que sí, que cumpliré el mandao. Porque los higos de Juan son los mejores del mejor pueblo.
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