domingo, 2 de diciembre de 2012

UN CABALLERO SIEMPRE SABE CUÁNDO IRSE

El otro día he estado poniendo en orden una carpeta donde guardo papeles varios, y me he tropezado con el acta de mi "toma de posesión" como párroco de Valencia del Ventoso, redactada por el arcipreste Joaquín Obando. Esta tarde, durante el entierro de Joaquín, me he acordado de aquel día: con qué sonrisa paciente me explicó las ceremonias propias del momento. Y al despedirnos, un socarrón "ánimo, tú ya eres mayorcito".

No sé si por compasión de este "fraile novato", por fidelidad a su cargo o por temor de que me cargara mis parroquias, creo que desde el principio Joaquín me cogió cariño. Pero casi lo mismo me han comentado hoy otras personas: Lolo, Paqui Pinilla, José Mª Hernández... Y eso significa que tenía la rara cualidad de que cada cual se sintiera un poco "preferido"; como les pasaba a los muchachos de Don Bosco. Corazón grande y habilidoso para querer.

Los dos primeros años que pasé en la diócesis me explicó muchas cosas que yo desconocía casi por completo: cuándo hay que mandar al obispado los expedientes y los avisos de matrimonio, qué se hace cuando no aparece una partida de bautismo... Pero eran conversaciones de ida y vuelta, comiendo en el Elías o tomando algo en el Taxi: Joaquín compartía conmigo cosas que le iban pasando y a menudo me preguntaba qué me parecía tal o cual cuestión. Yo flipaba: a un hombre como él, con una experiencia sacerdotal tan rica y profunda, le interesaba cómo organizaba yo la catequesis o cómo me iba en mi vida de oración. La ilusión por el ministerio estaba en él intacta y macerada por el tiempo.

Eran estratagemas para cuidarme. Muy delicadas pero no improvisadas, y efectivas. Me acompañó en mis primeros pasos como cura diocesano mostrándome su confianza, y así, como experto pedagogo, me hizo crecer. Por eso me invitó muchas veces a Zafra, incluso a dar las charlas cuaresmales (nada menos), y por eso se confesaba conmigo, y yo me asombraba menos de su valentía que de su generosidad. Y cuando se jubiló y a mí me trasladaron a su parroquia junto con Manolo Cobo, me dijo que comprendía el disgusto, pero que egoístamente se quedaba tranquilo de dejar la Candelaria en buenas manos. Educación exquisita, inteligencia pastoral.

Hoy Pedro Mancha ha dicho que ha sido Joaquín "un gran sacerdote", y Don Santiago lo ha llamado "padre en el Espíritu". A mí siempre me ha parecido también un sabio, de ideas muy avanzadas a pesar de su edad, siempre a la última en lecturas, en formación. Varias veces, después de charlar un rato en su despacho, ha insistido en que me llevara libros o folletos, "que tú los aprovecharás más". Les tengo mucho cariño a los tochos de Hans Küng, en la edición antigua, que él me regaló, con su firma. Cuando los veo me hacen sentir un poco heredero indigno de un compañero excepcional, de la estirpe de los que tuvieron que materializar el Concilio en medio de las mareas de aquellos años.

Ha sido un honor llevar tu cuerpo, querido Joaquín, como cura de tu presbiterio diocesano. Estoy orgulloso de ser compañero tuyo y ten por seguro que nunca te olvidaré. Tú tienes "tus cosas", como todo el mundo, pero eres un caballero, y, como dicen de la señora Ruth en "Tomates verdes fritos", un caballero siempre sabe cuándo irse: ¿es que sabías que el obispo tenía que estar esta misma tarde en Zafra para confirmar y has querido ahorrarle un viaje? No. Seguramente has elegido este primer domingo de Adviento para que recordemos que al Señor hay que esperarlo de pie y espabilados, como tú caminaste siempre.

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