Torres-Torres es un pequeño pueblo cercano a Sagunto, a treinta y tantos kilómetros de Valencia. Aquí me encuentro desde el día 29 haciendo ejercicios con un grupo de Obreras de la Cruz, todos dirigidos por Adolfo Chércoles. Una suertaza inmensa desde luego. Adolfo es quien me ha acompañado durante todo el proceso de los Ejercicios, que culmina ahora con las Reglas para el sentido verdadero que en la iglesia militante debemos tener (casi ná). Un instrumento genial en manos de un hombre único: Adolfo se merece una entrada aparte y un blog entero; de hecho, tiene una asociación con su página: http://www.acheesil.org/adolfo-chercoles/.
Disponer de
¡una semana! para dedicarla al encuentro con Dios, a la revisión y reflexión,
es un enorme privilegio que debo a la amabilidad de mis compañeros de Jerez,
que me lo hacen posible. Y en este monte, en este paraje de belleza luminosa en
mitad del campo, con este silencio rodeado por el suave clima levantino, la
experiencia se hace más especial.
Por si fuera
poco, las Obreras han resultado ser
gente majísima. Son un instituto secular, laicas consagradas, mujeres de lo
más sencillas y normales, naturales, sin trampa ni cartón. Una de ellas, Lidia,
se mete conmigo porque dice que estoy “mimado”, rodeado de mujeres que se
deshacen en atenciones. Está celosa porque a las tres que viven aquí estables
les celebro la Eucaristía todos los días a las 4:30 de la tarde (la hora de la
misa del grupo es justo antes de la cena y, como son las cocineras, les viene
mal) y dice que “están contigo…”. Es
muy divertido.
Porque la
casa es muy sencilla (hacía años que no me encontraba con baños y duchas
comunes) pero la comida es magnífica, estas tres lo hacen de cine. Ponen una
especie de ensalada de pimientos con bacalao que te dan ganas de pegar gritos
cuando la pruebas; y como se lo digo y además les hago el servicio de la misa, pues ya no veas… están que se
salen.
El lunes les
dije: “no pongáis el bacalao para mañana
noche que voy a salir a cenar fuera”. Y me dijeron: “vale; pero te vas a perder unas albóndigas que te chuparás los dedos:
te las guardamos para el día siguiente”. Jejeje…
Y vino mi amigo y compañero del noviciado Fernando
Miranda y me llevó a Sagunto a cenar. Hacía cuatro años que no nos veíamos,
desde el Forum de PJ en Madrid, pero enseguida
nos sentimos como en casa. Entre cocochas, mejillones y pulpo nos
pusimos al día y nos contamos nuestras cosas, las luchas, las alegrías, las dificultades de
la vida… Es increíble lo decisivo que es tener amigos para ser feliz; otro
regalo…
A la vuelta,
nos habíamos compinchado con Mª José y Ana para dejar la puerta abierta y una
farola encendida sin que se enterasen “las argüiñanas”; así que anduve por la
casa con la linterna del móvil, apagué y cerré sigilosamente… vaya show…
Mis
compañeras de ejercicios rezan lento, sin prisas, y es un gusto. Ellas no lo
saben, pero me están aportando mucho. Me encanta cómo cantan los dolores de la
Virgen a mediodía; sus oraciones autóctonas
valencianas mencionan cada día a San Juan de Ribera, y eso me transporta a mi diócesis, que está resultando ser la
clave de estos días de ejercicios: mi iglesia concreta, “militante”, a la
que quiero. Y por ella dejo mi “propio querer e interés”, para servirla sin
condiciones, libre de proyectos
personales. Porque el servicio por amor es un gran privilegio; el mejor. Como
el bacalao.
Que suerte tienes de relax en la Cosa y con comidita casera.
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