Llevo varios días con los ojos entrecerrados, un poco aplastado por la melancolía. No hay ningún motivo especial, todo va bien, estoy contento con el devenir de mi vida; pero de repente ocurre cualquier nimiedad que me coge con la guardia baja, y me veo cercado por todos mis particulares demonios, que "dan la cara" invadiendo las horas. Y llora uno por los fracasos, por las decepciones, por los pasos errados... "por todo lo que perdí; por todo lo que olvidé", como dice Ana Mª Matute en la primera página de "Olvidado Rey Gudú".
San Ignacio lo llama desolación y lo describe como "oscuridad del ánima, turbación en ella, moción a las cosas baxas y terrenas, inquietud de varias agitaciones y tentaciones, moviendo a infidencia, sin esperanza, sin amor, hallándose toda perezosa, tibia, triste y como separada de su Criador y Señor" (Ejercicios Espirituales nº 317).
Siento que "de esta no salgo", pero es una trampa, el que está así de hecho polvo siempre "puede con el auxilio divino, el qual siempre le queda, aunque claramente no lo sienta" (EE 320).
¿Qué hay que hacer?
- Tener paciencia: "El que está en desolación, trabaxe de estar en paciencia" (EE 321)
- No dejarse llevar, sino "intenso mudarse contra la misma desolación" (EE 319)
- "Mucho examinar" (EE 319), pensar por qué, analizar...
Pues nada. Sencillamente "toca", sin más; quizá así debe ser, y no hay que hacerse problema. Leo a Khalil Gibrán y me ilumina:
Vuestro dolor es la fractura de la cáscara que envuelve vuestro entendimiento.
Así como el hueso del fruto debe quebrarse para que su corazón se exponga al sol, así debéis conocer el dolor.
Si vuestro corazón pudiese vivir siempre deslumbrado ante el milagro cotidiano, vuestro dolor no os parecería menos maravilloso que vuestra alegría.
Y aceptaríais las estaciones de vuestro corazón, como siempre habéis aceptado las estaciones que experimentan vuestros campos.
Y contemplaríais serenamente los inviernos de vuestra aflicción.
Gran parte de vuestro sufrimiento es por vosotros mismos escogido.
Es la amarga poción con la cual el médico que se oculta en vosotros cura a vuestro Yo doliente.
Confiad, por lo tanto, en el médico, y bebed su medicina en silencio y tranquilidad:
Porque su mano, aunque pesada y dura, está guiada por la suave mano del Invisible.
Y la copa que Él os ofrece, aunque quema vuestros labios, fue modelada con la arcilla que el alfarero humedeció con sus lágrimas sagradas.
lunes, 30 de abril de 2012
sábado, 28 de abril de 2012
GENTE MOTIVADA
Cuando los jóvenes quieren, son imparables, no hay nadie que se emplee con más energía, nadie que destile tanta ilusión. Y los hay que están por la labor de implicarse, de moverse en el rollo de Jesús a su manera, ¡existen jóvenes que aspiran a que el mundo sea mejor! Necesitamos recordarlo cada día para no tropezar con el alarido y el lamento de "lo mal que está la juventú". Demostraron lo que valen en el 15-M y lo repiten otros días; a mí me lo han mostrado esta semana.
Anteayer los jóvenes de nuestro grupo de la JEC de Valle de Santa Ana realizaron un taller en el Día del Centro del instituto Ramón Carande de Jerez de los Caballeros. En medio de la marabunta de actividades, propuestas, exposiciones, juegos... allí plantaron su iniciativa como parte del "actuar" de su campaña, que este curso trata sobre cómo cambiar y mejorar el centro para que sea más educativo, más humanizador y más evangélico.
Con simpatía, entre sonrisas y música, hicieron que sus compañeros respondieran en un post-it a la pregunta: "¿qué podemos cambiar en el instituto?"; juego de la sábana, baile sujetando un pinchito, carcajadas y piruletas, y en un plis-plás un par de cartulinas llenas de propuestas, opiniones y sugerencias. ¿Puede ser de otra manera en un día de fiesta y entre gente tan joven, tan rebosante de vida? ¡Qué buen rato pasé, cómo noté recargarse de frescura mis arterias rodeado de tantos jóvenes, cómo lo necesito! Y qué orgullo secreto sentía por ellos (supongo que algo parecido a cuando los padres ven a sus hijos hacer algo que merece la pena).
Ya les han pedido los post-its los del equipo directivo. Ayer tarde los dialogamos, los resumieron y agruparon por temas para sacar un paquete de propuestas para presentárselas a los jefes de estudios; hay de todo: que haya semana cultural, que los partes no sean arbitrarios, que disminuyan las peleas, que haya más solidaridad, que mejore la calidad didáctica de las clases... Y ahora van a hacerle una encuesta a los profesores para contrastar su propia opinión con la de los alumnos...
Y luego... ¿qué hacer con eso? Será el siguiente paso, a ver a qué compromisos les lleva. En fin, que yo flipo. No hay nadie mejor que los jóvenes. No encuentro mejor antídoto contra las recaídas en la cancamurria de mi corazón deficitario. Cuando me siento un fracaso, ellos me hacen respirar. Si supieran cuánto los necesito quizá se aprovecharían; madre mía, la de veces que lo habrán hecho. Y seguramente por eso sigo aquí. "Te quiero... pero no me puedo reir", ¡jejejejeje!
viernes, 20 de abril de 2012
NO SABEMOS LO QUE ES LA HOMOSEXUALIDAD
No sabemos lo que es la homosexualidad. Sabemos que no es una enfermedad ni una disfunción, pero aún no conocemos los mecanismos responsables de la orientación de una persona hacia la gente de su mismo sexo. Unos elementales conocimientos de antropología revelan que el ser humano es un todo complejo, un ser construido en un proceso donde lo genético, lo biológico, lo psicológico, lo social y lo cultural interactúan, se retroalimentan y se constituyen mutuamente, entrelazados durante todo el desarrollo de nuestra existencia.
Hace décadas que las ciencias sociales nos enseñan que la raza, el sexo o la paternidad no son hechos biológicos, sino realidades construidas culturalmente. La extraordinaria plasticidad de nuestro cerebro (el órgano sexual por excelencia), que parece hacerse más enigmático a medida que la neurobiología se adentra en él, viene a desdibujar cada vez más las presuntas certezas sobre qué, cómo, en qué momento y por qué sienten los homosexuales.
Es algo tan sumamente complejo, con tantos relieves, que escapa a cualquier intento de análisis simplista: no todo lo explica la genética, por supuesto, ni tampoco la educación; y menos supuestas comeduras de coco de ciertas ideologías. Por eso, entre otras razones, la homosexualidad ha de ser tratada como mínimo con cautela y respeto, como por cierto hace el Catecismo.
Mis años de ordenación ya me dan para conocer a muchas personas que viven divididas, sufriendo enormemente desde jóvenes: responden durante años a patrones socialmente correctos (hombres felizmente casados y con hijos, por ejemplo) reprimiendo su tendencia homosexual, que cargan durante años como una losa de íntima vergüenza y remordimientos. Es un hecho que ellos son así; no está claro si nacieron así, o se hicieron así, o todo lo contrario, pero el caso es que son homosexuales. ¿Realmente se puede pensar que hay en eso culpa alguna?
Por supuesto que hay homosexuales pervertidos, que van a clubes y se prostituyen… seguramente en la misma proporción que heterosexuales igualmente pervertidos que van a los clubes de enfrente. Lo injusto es generalizar, como si ser homosexual fuese equivalente a ser pervertido. Y el caso es que nos duele cuando a los curas nos meten a todos en el mismo saco de los pederastas, como si no hubiera sacerdotes santos: los hay, lo mismo que hay homosexuales ejemplares y heterosexuales excepcionales.
Pero parece que los heteros viciosos no merecen recurrente y pública reprobación, mientras que los gais son enviados al infierno varias veces por semana. El caso es que en el Evangelio Jesús no toca el tema; lo que más se acerca es lo de las prostitutas, y de ellas dice que “os llevan la delantera en el Reino de los cielos” (Mt 21, 31). Seguramente por ser heteros, claro.
Hace décadas que las ciencias sociales nos enseñan que la raza, el sexo o la paternidad no son hechos biológicos, sino realidades construidas culturalmente. La extraordinaria plasticidad de nuestro cerebro (el órgano sexual por excelencia), que parece hacerse más enigmático a medida que la neurobiología se adentra en él, viene a desdibujar cada vez más las presuntas certezas sobre qué, cómo, en qué momento y por qué sienten los homosexuales.
Es algo tan sumamente complejo, con tantos relieves, que escapa a cualquier intento de análisis simplista: no todo lo explica la genética, por supuesto, ni tampoco la educación; y menos supuestas comeduras de coco de ciertas ideologías. Por eso, entre otras razones, la homosexualidad ha de ser tratada como mínimo con cautela y respeto, como por cierto hace el Catecismo.
Mis años de ordenación ya me dan para conocer a muchas personas que viven divididas, sufriendo enormemente desde jóvenes: responden durante años a patrones socialmente correctos (hombres felizmente casados y con hijos, por ejemplo) reprimiendo su tendencia homosexual, que cargan durante años como una losa de íntima vergüenza y remordimientos. Es un hecho que ellos son así; no está claro si nacieron así, o se hicieron así, o todo lo contrario, pero el caso es que son homosexuales. ¿Realmente se puede pensar que hay en eso culpa alguna?
Por supuesto que hay homosexuales pervertidos, que van a clubes y se prostituyen… seguramente en la misma proporción que heterosexuales igualmente pervertidos que van a los clubes de enfrente. Lo injusto es generalizar, como si ser homosexual fuese equivalente a ser pervertido. Y el caso es que nos duele cuando a los curas nos meten a todos en el mismo saco de los pederastas, como si no hubiera sacerdotes santos: los hay, lo mismo que hay homosexuales ejemplares y heterosexuales excepcionales.
Pero parece que los heteros viciosos no merecen recurrente y pública reprobación, mientras que los gais son enviados al infierno varias veces por semana. El caso es que en el Evangelio Jesús no toca el tema; lo que más se acerca es lo de las prostitutas, y de ellas dice que “os llevan la delantera en el Reino de los cielos” (Mt 21, 31). Seguramente por ser heteros, claro.
lunes, 16 de abril de 2012
PRECIOSA HISTORIA DE INMIGRACIÓN, DIAPOSITIVAS Y LÁGRIMAS
¿Os acordáis de aquellas "filminas"? Desde Francia, el compañero Luis Íñiguez ha leído mi blog de Religión Digital y me ha enviado un correo electrónico contando esta experiencia hermosa y sencilla que transcribo casi literalmente:
Me llamo Luis Íñiguez y soy cura de la diócesis de Vitoria y desde el año 83, en la diócesis de Montpellier (Francia) como capellán de emigrantes y temporeros. Eso me llevó a conocer a un grupo de temporeros de Valle de Matamoros que venían a trabajar a una finca llamada Campuget, cerca de un pueblo llamado Manduel, en la zona de Nîmes. Venían para una temporada de trabajo en la manzana, de mayo a octubre.
Lo cierto es que la vida de los temporeros era dura. Viviendo a unos cinco Kms del pueblo más cercano, sin medios de desplazamiento, permanecían allí encerrados en la finca. Después del trabajo de 8 a 10 horas al día según las temporadas y urgencias (les pagaban 27 francos a la hora ), cultivaban un pequeño huerto que les daba ensaladas, legumbres etc. Uno de ellos hacía de cocinero y trabajaba en el campo solo por la tarde.
El domingo era su única salida: por la mañana o justo después de comer hacían a pie los cinco Kms a la cabina telefónica más próxima para hablar con la familia. Yo los visitaba una o dos veces al mes, los domingos por la tarde. Les llevaba periódicos y se mantenía una comunicación, informaciones laborales, etc. Incluso visitas al hospital a uno que se puso enfermo. El año 86 durante las visitas hice diapositivas de la vivienda, el campo, las condiciones de vida, el grupo (eran unos 12).
Ese mismo verano me presenté en el Valle de Matamoros por la fiesta del 15 de agosto. Me hospedé en la casa de las hermanitas del campo, «petites sœurs de campagne», que estaban allí en aquella época. El día de la Virgen había música y baile en la plaza, pero las mujeres de los temporeros escuchaban la música delante del portal de sus casas, estando sus maridos ausentes no tenían derecho a participar de la fiesta.
Reunimos a todas las familias y proyectamos las diapositivas. El párroco era joven. La gente reconoció a los suyos y donde vivían después acompañado de la hermana fuimos visitando a las familias de los temporeros y saqué diapositivas de las familias. Los dos días que pasé en Valle de Matamoros que coincidió además con el entierro de alguien de la familia de un temporero, me ayudaron a descubrir una gente austera, acogedora y agradecida.
Cuando volví, a primeros de septiembre, les proyecté las diapositivas de las familias y la procesión del 15 de agosto. Uno de los más jóvenes, casado hacia poco tiempo, pudo ver a su hija de seis meses, que tenía dos cuando marchó. Ni que decir tiene que las lágrimas fueron compañeras fieles en aquella reunión.
Volvieron durante un par de temporadas y luego se acabó: un problema de contrato en un mal año agrícola los desanimó.
Simplemente te mando estas líneas para que, si tienes ocasión, comentes esto con la gente del pueblo (seguramente algunos se acordarán de aquellos años) y les trasmitas un saludo de mi parte: del cura español que venía de Montpellier a visitarles y pasar un buen rato con ellos. Y aprovecho para darte muchos ánimos en tu misión en medio del pueblo.
Luis Íñiguez
¡Gracias Luis! No tengas duda de que en la parroquia comentaremos y recordaremos esta experiencia. Y luego te cuento. ¡Un abrazo!
Me llamo Luis Íñiguez y soy cura de la diócesis de Vitoria y desde el año 83, en la diócesis de Montpellier (Francia) como capellán de emigrantes y temporeros. Eso me llevó a conocer a un grupo de temporeros de Valle de Matamoros que venían a trabajar a una finca llamada Campuget, cerca de un pueblo llamado Manduel, en la zona de Nîmes. Venían para una temporada de trabajo en la manzana, de mayo a octubre.
Lo cierto es que la vida de los temporeros era dura. Viviendo a unos cinco Kms del pueblo más cercano, sin medios de desplazamiento, permanecían allí encerrados en la finca. Después del trabajo de 8 a 10 horas al día según las temporadas y urgencias (les pagaban 27 francos a la hora ), cultivaban un pequeño huerto que les daba ensaladas, legumbres etc. Uno de ellos hacía de cocinero y trabajaba en el campo solo por la tarde.
El domingo era su única salida: por la mañana o justo después de comer hacían a pie los cinco Kms a la cabina telefónica más próxima para hablar con la familia. Yo los visitaba una o dos veces al mes, los domingos por la tarde. Les llevaba periódicos y se mantenía una comunicación, informaciones laborales, etc. Incluso visitas al hospital a uno que se puso enfermo. El año 86 durante las visitas hice diapositivas de la vivienda, el campo, las condiciones de vida, el grupo (eran unos 12).
Ese mismo verano me presenté en el Valle de Matamoros por la fiesta del 15 de agosto. Me hospedé en la casa de las hermanitas del campo, «petites sœurs de campagne», que estaban allí en aquella época. El día de la Virgen había música y baile en la plaza, pero las mujeres de los temporeros escuchaban la música delante del portal de sus casas, estando sus maridos ausentes no tenían derecho a participar de la fiesta.
Reunimos a todas las familias y proyectamos las diapositivas. El párroco era joven. La gente reconoció a los suyos y donde vivían después acompañado de la hermana fuimos visitando a las familias de los temporeros y saqué diapositivas de las familias. Los dos días que pasé en Valle de Matamoros que coincidió además con el entierro de alguien de la familia de un temporero, me ayudaron a descubrir una gente austera, acogedora y agradecida.
Cuando volví, a primeros de septiembre, les proyecté las diapositivas de las familias y la procesión del 15 de agosto. Uno de los más jóvenes, casado hacia poco tiempo, pudo ver a su hija de seis meses, que tenía dos cuando marchó. Ni que decir tiene que las lágrimas fueron compañeras fieles en aquella reunión.
Volvieron durante un par de temporadas y luego se acabó: un problema de contrato en un mal año agrícola los desanimó.
Simplemente te mando estas líneas para que, si tienes ocasión, comentes esto con la gente del pueblo (seguramente algunos se acordarán de aquellos años) y les trasmitas un saludo de mi parte: del cura español que venía de Montpellier a visitarles y pasar un buen rato con ellos. Y aprovecho para darte muchos ánimos en tu misión en medio del pueblo.
Luis Íñiguez
¡Gracias Luis! No tengas duda de que en la parroquia comentaremos y recordaremos esta experiencia. Y luego te cuento. ¡Un abrazo!
jueves, 12 de abril de 2012
SABOREANDO A MEDIAS
A medias con mi playa vuelvo a saborear los mejores momentos de los días de Semana Santa, como si el susurro de mi mar hiciera de esos retazos de memoria una versión de la felicidad. Todo en los días de celebración ha vibrado con el gozo de lo ya conocido, lo he vivido con esa especie de anticipación exultante que siente el que espera a quien ama, como dice el Principito: “Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres”.
Lavar los pies el Jueves Santo es siempre hermoso; lavarlos a personas a quienes quieres es muy especial, la descripción corporal de la delicadeza de Dios con nosotros, de su increíble humildad.
El Viernes, cuando la gente se acerca a adorar la cruz, observo a cada persona en la cola, sentado de cara. Hoy por hoy ya conozco sus heridas, sus cuestas arriba y sus pesares; aprecio el peso de las cruces, y sin querer leo el interior de su gesto, interpreto el acorde de cada corazón al besar o abrazar o tocar la Cruz. Y es un instante impresionantemente verdadero.
Por la noche, llevamos a la Soledad por las calles de nuestro pueblo. Sólo el eco de las pisadas rompe el silencio, como en el Vía Crucis dos días antes. Veo a Mimoun, el marroquí, de costalero. Lleva a la Virgen con agradecimiento… al pueblo… ¿a Ella también? A Ella que soporta tanta tristeza, y por eso nos comprende; como la gente del pueblo se vuelca con ellos, los más pobres de entre nosotros. Fue precioso.
Sábado Santo. Fito nervioso por encender la hoguera, pero este año “todavía no, espera a que yo te avise”. “¿Ya?”. “No”. Vemos las imágenes, escuchamos la canción de Brotes… “¡Ahora!”. La luz se extiende entre la gente, llevo el cirio pascual muy alto, imagino la hilera de llamas tras él y siento una alegría que se está apoderando de mi. Suena el pregón, levantamos las velas y se me pone la piel de gallina. Sentado durante la liturgia de la Palabra, mientras se repasa la historia de Abraham y se cuenta el relato del Éxodo, la emoción me invade, como un volcán que entra en erupción silencioso pero imparable, una explosión que el Aleluya desata, mis piernas ya no pueden parar, mis manos aplauden y noto que las lágrimas asoman… Casi no acierto más que a decir en la homilía: “¡Sois magníficos!”.
A Valen las lágrimas le asoman y le desbordan el Domingo cuando el repique de las campanas acompaña el Encuentro. Damos un aplauso a nuestra banda en la plaza, hago el signo del OK, levanto nuestro cáliz de oro, reservo al Santísimo en el sagrario recién restaurado por mi madre… Y me siento en una mesa a pleno sol junto a Ceci, Gabriel, Mari, Enrique, Pepa… No hay lugar mejor en el mundo ni hombre más feliz que yo. Todo está bien, soy como debo ser y no podría estar en lugar mejor, ¡sois magníficos!
Momento del Encuentro el Domingo de Pascua |
A medias con mi playa vuelvo a saborear los mejores momentos de los días de Semana Santa, como si el susurro de mi mar hiciera de esos retazos de memoria una versión de la felicidad. Todo en los días de celebración ha vibrado con el gozo de lo ya conocido, lo he vivido con esa especie de anticipación exultante que siente el que espera a quien ama, como dice el Principito: “Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres”.
Lavar los pies el Jueves Santo es siempre hermoso; lavarlos a personas a quienes quieres es muy especial, la descripción corporal de la delicadeza de Dios con nosotros, de su increíble humildad.
El Viernes, cuando la gente se acerca a adorar la cruz, observo a cada persona en la cola, sentado de cara. Hoy por hoy ya conozco sus heridas, sus cuestas arriba y sus pesares; aprecio el peso de las cruces, y sin querer leo el interior de su gesto, interpreto el acorde de cada corazón al besar o abrazar o tocar la Cruz. Y es un instante impresionantemente verdadero.
Por la noche, llevamos a la Soledad por las calles de nuestro pueblo. Sólo el eco de las pisadas rompe el silencio, como en el Vía Crucis dos días antes. Veo a Mimoun, el marroquí, de costalero. Lleva a la Virgen con agradecimiento… al pueblo… ¿a Ella también? A Ella que soporta tanta tristeza, y por eso nos comprende; como la gente del pueblo se vuelca con ellos, los más pobres de entre nosotros. Fue precioso.
Sábado Santo. Fito nervioso por encender la hoguera, pero este año “todavía no, espera a que yo te avise”. “¿Ya?”. “No”. Vemos las imágenes, escuchamos la canción de Brotes… “¡Ahora!”. La luz se extiende entre la gente, llevo el cirio pascual muy alto, imagino la hilera de llamas tras él y siento una alegría que se está apoderando de mi. Suena el pregón, levantamos las velas y se me pone la piel de gallina. Sentado durante la liturgia de la Palabra, mientras se repasa la historia de Abraham y se cuenta el relato del Éxodo, la emoción me invade, como un volcán que entra en erupción silencioso pero imparable, una explosión que el Aleluya desata, mis piernas ya no pueden parar, mis manos aplauden y noto que las lágrimas asoman… Casi no acierto más que a decir en la homilía: “¡Sois magníficos!”.
A Valen las lágrimas le asoman y le desbordan el Domingo cuando el repique de las campanas acompaña el Encuentro. Damos un aplauso a nuestra banda en la plaza, hago el signo del OK, levanto nuestro cáliz de oro, reservo al Santísimo en el sagrario recién restaurado por mi madre… Y me siento en una mesa a pleno sol junto a Ceci, Gabriel, Mari, Enrique, Pepa… No hay lugar mejor en el mundo ni hombre más feliz que yo. Todo está bien, soy como debo ser y no podría estar en lugar mejor, ¡sois magníficos!
martes, 3 de abril de 2012
COLECTA EN LA MISA CRISMAL: LOS CURAS TAMBIÉN NOS RASCAMOS EL BOLSILLO
No disponemos de un gran sueldo, es verdad (y mejor no hacemos más comentarios al respecto), pero los curas tenemos la solidaridad más afinada de lo que alguno cree. Hoy en la misa crismal hemos "aflojado la guita" y ,en lugar de disfrutar del tradicional aperitivo, hemos realizado una colecta para aportar a Cáritas Diocesana. Ha sido lo mejor de una misa crismal que, si la han estado siguiendo los extraterrestres desde el espacio, todavía estarán extrañados de haber vuelto de repente al siglo XVI.
Nos habían pedido, desde la Delegación del clero, que lleváramos preparados los sobres, y así lo hemos hecho. Con mucho silencio, casi con sigilo, hemos ido compartiendo momentos antes de la bendición de los óleos. Discretamente, como corresponde a seguidores de Jesús que intentan hacer verdad aquello de que las manos sean mutuamente ignorantes, no dar limosna "para que los vea la gente" (Mt 6, 3).
Es cierto que los curas no tenemos cargas familiares y no pagamos hipotecas, pero si alguien ha pensado en esto como "salida laboral" más vale que vaya haciendo unos cursos de calceta. Nosotros tenemos para vivir, pero no podemos aspirar a comprarnos una casa (entre otras cosas porque... ¿dónde ponemos la era?), el coche lo afrontamos con un préstamo del obispado, la provisionalidad marca nuestros años y si uno no tiene cuidado se funde la mensualidad en gasolina, y en Semana Santa ya te cuento.
No nos da la cosa para grandes lujos o para acumular y ahorrar capitales. A lo mejor por eso es de las "profesiones" con mayor índice de felicidad, si no la que más. Me ha tocado al lado Nemesio, misionero en Zimbawbe, un hombre pobre que ha colaborado con gran generosidad. No hay burn-out cuando se trata de los últimos. Mucho menos en un día como hoy en que el dato del paro da una nueva vuelta de tuerca: 40.000 personas más. Lástima que nada de esto se haya comentado en la Eucaristía.
Tan contentos como los bomberos. Probablemente el secreto es... que no se trata de una profesión, es una vocación. Más que elegirla, te eligen y te envían; en lugar de "fichar", te entregas y a veces se te acaban las horas del día. Es muy bonito pero también es duro, y económicamente infructuoso. Por eso para mí tiene más brillo el gesto de hoy, por eso quiero contarlo aunque me llamen trompetero. Además sé que no es algo no puntual sino continuo, una solidaridad económica acostumbrada muchos compañeros. Lo que pasa es que no sale en el telediario, pero que quede claro que no solo es mérito del obispo de Solsona. Hombre.
Nos habían pedido, desde la Delegación del clero, que lleváramos preparados los sobres, y así lo hemos hecho. Con mucho silencio, casi con sigilo, hemos ido compartiendo momentos antes de la bendición de los óleos. Discretamente, como corresponde a seguidores de Jesús que intentan hacer verdad aquello de que las manos sean mutuamente ignorantes, no dar limosna "para que los vea la gente" (Mt 6, 3).
Es cierto que los curas no tenemos cargas familiares y no pagamos hipotecas, pero si alguien ha pensado en esto como "salida laboral" más vale que vaya haciendo unos cursos de calceta. Nosotros tenemos para vivir, pero no podemos aspirar a comprarnos una casa (entre otras cosas porque... ¿dónde ponemos la era?), el coche lo afrontamos con un préstamo del obispado, la provisionalidad marca nuestros años y si uno no tiene cuidado se funde la mensualidad en gasolina, y en Semana Santa ya te cuento.
No nos da la cosa para grandes lujos o para acumular y ahorrar capitales. A lo mejor por eso es de las "profesiones" con mayor índice de felicidad, si no la que más. Me ha tocado al lado Nemesio, misionero en Zimbawbe, un hombre pobre que ha colaborado con gran generosidad. No hay burn-out cuando se trata de los últimos. Mucho menos en un día como hoy en que el dato del paro da una nueva vuelta de tuerca: 40.000 personas más. Lástima que nada de esto se haya comentado en la Eucaristía.
Tan contentos como los bomberos. Probablemente el secreto es... que no se trata de una profesión, es una vocación. Más que elegirla, te eligen y te envían; en lugar de "fichar", te entregas y a veces se te acaban las horas del día. Es muy bonito pero también es duro, y económicamente infructuoso. Por eso para mí tiene más brillo el gesto de hoy, por eso quiero contarlo aunque me llamen trompetero. Además sé que no es algo no puntual sino continuo, una solidaridad económica acostumbrada muchos compañeros. Lo que pasa es que no sale en el telediario, pero que quede claro que no solo es mérito del obispo de Solsona. Hombre.