Es una bonita ocasión el retiro que todos los años hay a principio de curso en Gévora: un buen grupo de compañeros de la diócesis nos encontramos tras los meses de verano (en que nos perdemos de vista), nos preguntamos cómo estás, comentamos las últimas novedades del mentidero sacerdotal e incluso rezamos juntos.
Hoy yo estaba, más que nunca, "en mi sitio". Son ya más de siete años aquí y vaya, creo que he dejado de "ser nuevo" y me encanta ser, sencillamente, un cura más. He saludado al obispo como todos (me parece que los curas le queremos más de lo que a veces pretendemos hacer creer, allí estábamos todos contentos de verle recuperado), tengo entre los compañeros amigos con los que tomarme un café y cotillear, me veo tan "dentro" del presbiterio diocesano que arrastro, como todos, roces, afinidades, algún enfrentamiento y hasta rifirrafes ocasionales con los jefes. Pues como todo quisque.
A media mañana, tras la meditación, se expone el Santísimo. Un profundo silencio invade la capilla, repleta de curas que rezan, que contemplan; dos salen y charlan, otros se confiesan, muchos permanecen ante el Señor; sobre Él hablamos, cada día lo repartimos... pero hoy prevalece el silencio. Lleno de nombres, cargado de sufrimientos de nuestros pueblos, silencio también iluminado de ilusiones. Yo presento a Jesús a cada uno de mis compañeros, y de pronto me invade un enorme agradecimiento.
Un agradecimiento desconocido y abrumador. Ellos me han aceptado como uno de los suyos, a pesar de que no me conocían, de que no he estudiado en el seminario, de que era "raro"... No se puede dar por supuesta la acogida, por más que uno pueda creerse bueno, porque siempre es un don que habla de la generosidad del que recibe y no de los "merecimientos" del que llega. Me siento ahora parte de un grupo, son mis compañeros; no tengo a estas alturas nada que demostrar ni me veo víctima de ninguna suspicacia particular: soy uno más, y esta mañana lo saboreé como un privilegio, una sencilla y rara gracia que he recibido de Dios bueno buenísimo. A Él oraba por ellos; ellos, sentados a mi lado, no lo sabían.
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