miércoles, 3 de agosto de 2011

MI AMIGO ARGENTINO

Se llama Santiago y vive en Buenos Aires, pero aquel 18 de mayo de 2004 estaba en el albergue de Villadangos del Páramo, apenas comenzando unos días de Camino soñado que le condujeran a Compostela, patria chica de su familia gallega.

A mí la etapa anterior (León-Villadangos) ya se me atragantó, me perdí varias veces y empecé a sentirme enfermo; de hecho tengo escrito que "He comido tallarines y me he acostado, pero no he podido dormir; estaba ardiendo y sentía escalofríos; las francesas que están conmigo me han mandado literalmente a una ducha fría, me la he dado y estoy aquí con Maureen y sus compañeras tomando un té con paracetamol. ¡Ay!". Después de cenar unas salchichas parmesanas fue peor: "me fui a acostar con la barriga botando y la frente ardiendo, pero no podía dormir: vomité todo, tallarines y parecetamol incluidos". Una gastroenteritis que me duraría varias jornadas. Ya no he vuelto a probar esas salchichas.

Recuerdo el amanecer en Villadangos, el desayuno... qué mal me sentía, desamparado ante la perspectiva de más de 26 kilómetros por delante... un mundo. Allí estaba Santiago, nos tomamos unos yogures; "si no puedes nos quedamos en San Martín del Camino, a 5 kilómetros", decía. Ya no nos separamos hasta la plaza del Obradoiro; me hablaba con su acento porteño, me veía arrastrar mi debilidad, cómo apenas podía soportar la losa de la mochila, con dolor de espalda, de hombros y rodillas, la cabeza explotándome; vacío mi cuerpo, deshidratado, con las piernas pesadas... un suplicio, sobre todo a partir de Órbigo; fue terrible, nunca llegaba Astorga... y Santiago allí, menudo, con su cachava y su barba de tres días, acompasando su paso a mi renqueante deambular, animándome a dar la siguiente zancada; su presencia gratuita fue imprescindible, su compañía, providencial.

El Camino es como la vida, tan largo (fueron 31 días andando desde Roncesvalles) que da tiempo a que pasen muchas cosas: te pierdes, te hallas, ríes, te cansas y lloras, te lesionas, descansas, te pones enfermo, te caes, te levantas, estás de fiesta, vas como un tiro o estás hecho polvo... pero lo mejor son las personas. Nunca estás solo, siempre encuentras a alguien que te acompaña y te cuida; como en la vida. Al llegar a Astorga, agotado, aprecié detalles hermosísimos: "Pili apenas he llegado me ha dado una naranja. Ignacio fue a comprarme zumos para comer; Markus me ha preparado agua con limón y azúcar. Y hace un momento Irina, la rusa, me ha regalado un trozo de chocolate".

En todo momento Santiago a mi lado; cargando con la botella de suero casero hasta Rabanal; reventados los dos pero orgullosos ascendiendo O Cebreiro con las mochilas, ¿eh? Pasando ese boludo su propia crisis en Triacastela, y yo junto a él, contándonos nuestra vida, llamándome "macho" y despotricando del corralito y del Atlético de Madrid. Juntos bajamos del Monte del Gozo hasta Santiago, juntos abrazamos al apóstol y sentimos la alegría indescriptible de haberlo conseguido. Mis compañeros se emocionaron al verme concelebrar en la misa del peregrino y Santiago grabó con su cámara mis lágrimas.

Desde entonces seguimos compartiendo este caminar que es vivir, 7 años ya. La última vez que nos escribimos fue hace tres o cuatro días: ¡dice que el verano que viene vendrá verme! (Así podrás traerme mate, macanudo, que recién me regalaron una matera). Guardamos como un tesoro lo que experimentamos por el Camino, esa amistad forjada marchando hacia Santiago, el viaje hacia la verdad de nuestras vidas, con sabor a cocido y aroma a alcohol de romero. ¡Gracias, boludo!

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