Las reuniones de los curas con el obispo son de lo más curiosas; si se está atento se pueden observar diferentes actitudes y lenguajes corporales, advertir mensajes más o menos velados o directos, posicionamientos variados, densidad variable de alzacuellos, etc. La útima vez ayer. Por lo pronto, cuando el obispo llega se hace un respetuoso silencio, el aire parece de repente como más cargado, el personal modula sus palabras, tonos y gestos... y empieza la reunión. Mi radar nota más que respeto un poco de temor... ¿santo? Cuando se abre el diálogo se miden más que las palabras las sílabas, se calculan milimétricamente la conveniencia y las consecuencias de decir lo que uno está pensando... y finalmente no se dice, que las carga el diablo, oiga, jajaja. Una formalidad casi divertida aunque posiblemente no inevitable.
Ayer era el tema de la puesta en marcha de la nueva Acción Católica General, y otros días otras cosas igualmente interesantes. Da la impresión de que todo se gestiona en un juego de intereses, de afectividades y afinidades, una suerte de tejido hecho de quedar bien, ponerme a salvo, no contradecir ni señalarme, o señalarme a favor de corriente, "ganar puntos", estar en el sitio adecuado y dar la imagen idónea para que luego me consideren bien y me nombren no se qué. Y entre medias, la vida, la misión... ayer no hablamos una palabra de los laicos, de lo que las parroquias necesitan, de preguntarles antes de dar pasos, de la situación de personas y movimientos ya existentes... Todo como un poco arbitrario y artificial, a salto de mata y pendiente de intereses personales, carreras, ascensos, nombramientos... En definitiva...
... cosas mundanas y vanas. Es una frase que me encanta, la usa San Ignacio en su autobiografía y en el número 63 de los Ejercicios. Cosas vacías, sin sustancia, que nos distraen y nos entretienen, cosas que nos alimentan la vanidad, a ver si somos más "importantes" (madre, qué palabra).
El caso es que la reunión no fue del todo mal; mejor que la anterior del Consejo del Presbiterio, desde luego. Un poco divertido y distante (me habían aconsejado "tú no digas nada") comprobé que va mejorando en mí la necesidad de aprobación, no me hace tanta falta que los jefes me consideren bien. Estoy cada vez más reconciliado conmigo mismo (eso lo dice siempre Gabriel Cruz), a gusto en mi pellejo y contento desde mi verdad; daros cuenta. Pero estas hangás no importan mucho; importan las personas de carne y hueso y las cosas reales; importó hoy el ratito con Antonio el cantinero, la preocupación de Mari Carmen por Juan, el paseo con varias madres tras la entrada en el cole, el encuentro con los compañeros de mi grupo de estudio del Evangelio y la ruidosa reunión de la JEC de la tarde. Eso es lo que cuenta.
Y no tanto la Acción Católica imperial u oficial que nos espera.
Cuanta razón tienes campeón... ¡Qué pena!
ResponderEliminar¡¡Nos vemos Ezequiel!!
Me encanta cómo lo expresas, y sobre todo lo que expresas! Lo comparto plenamenta. Y lo vivo, esto es lo mejor, desde mis propias carnes y huesos (más carne que huesos), con compañeros de camino como tú, y eso sí nos acerca a lo verdaderamente imprescindible, que como dices, son las personas. Un abrazo, seguiremos dando pasos desde donde nos encontremos
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