Acabo de terminar el libro "El factor humano", de John Carlin, sobre el que está basada la película Invictus, protagonizada por Morgan Freeman y Matt Damon, que ganó varios oscars este año. Me ha encantado leer este relato de ágil estilo periodístico sobre el hecho simbólico de la construcción de la nueva Sudáfrica: la victoria de la selección sudafricana de rugby en la copa del mundo de 1995. Los Springboks (gacelas) fueron capaces de aglutinar el deseo de los sudafricanos de ser un país reconciliado tras el horror del apartheid. Contar esta historia es ensalzar la figura de Nelson Mandela, y no puede ser de otro modo.
Hace dos veranos, en Níger, releí la biografía de Mandela: "Un largo camino hacia la librtad". Más allá de sus habilidades políticas, me impresionó su capacidad para reconstruir su vida varias veces, para rectificar sus errores y al mismo tiempo permanecer en lo fundamental a pesar de los pesares.
Hoy, emocionado por esta lectura, y muy cansado a final de curso, me siento agradecido por estar aquí, por ser fiel a mi mismo y por haber tenido el valor de cambiar para ser yo con todas las consecuencias. No he encontrado en "El factor humano" el poema de William Ernest Henley, esos versos que recorren y llenan la película, y que me rondan en el corazón desde entonces:
Más allá de la noche que me cubre
negra como el abismo insondable,
doy gracias a cualquier dios que pudiera existir
por mi alma inconquistable.
En las azarosas garras de las circunstancias
nunca me he lamentado ni he dado gritos.
Sometido a los golpes del destino
mi cabeza está ensangrentada, pero erguida.
Más allá de este lugar de cólera y lágrimas
donde yace el Horror de la Sombra,
la amenaza de los años
me encuentra, y me encontrará, sin miedo.
No importa cuán estrecha sea la puerta,
cuán cargada de castigos la sentencia,
soy el amo de mi destino:
soy el capitán de mi alma.
Precioso. Soy el amo de mi destino; soy el capitán de mi alma.
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