miércoles, 14 de abril de 2010

LA IMPOTENCIA DEL QUE BUSCA


Ya tenía yo dejado un poco el blog, es verdad... Tanto ajetreo en la Semana Santa, tanto disfrute, tantos kilómetros y trajines... Pero ya estoy de vuelta. Me siento esta mañana sencillamente agotado; por todo lo anterior y también por los vuelcos del tiempo (el cuerpo es como un radar) y algo de astenia. Así que me lo tomo con filosofía...

Tenía pendiente contar un hecho de vida peculiar, que ocurrió en mi pueblo el jueves pasado. Después de celebrar un entierro y asaltar el Mercadona (no tenía ná de ná) y todavía con las bolsas en el coche, me cruzo con una mujer que me dice que "ahí en los Valladares pasa algo, hay mucha gente arremoliná". Me acerco y me cuentan que un hombre soltero, diabético, depresivo... se ha marchado temprano, antes de que se levantasen en su casa, y todavía no ha acudido (acudir es una palabra que se usa mucho aquí, y puede ser un verbo transitivo, le acudo).

De repente la jornada se puso como entre paréntesis. Nos miramos, conversamos nerviosos, llamamos a la alcaldesa y a la guardia civil... y nos unimos a quienes hacía rato que estaban buscando. El cura de pueblo se transformó en buscador de un desaparecido, un posible suicida... Miramos en las cunetas, en los cercaos, fueron a los pozos cercanos, a Barcarrota, a la Margarita, preguntaron en la Dama, llamaron al hospital a Badajoz... Nos fuimos cansando y desesperando poco a poco. Yo sentía que debía estar ahí, ¿cómo iba a irme a casa con mis bolsas de la compra?

Llegaron los civiles, fuimos regresando al lugar de reunión y nada. Recordé el cuento del pastor que pierde una oveja, me hice idea de la angustia, de la impotencia, intuí lo que se siente cuando se pierde alguien que quieres...

Ya estábamos temiendo que se echara la noche cuando apareció; en un campo relativamente lejano, sentado y preguntando qué pasaba. No sabía qué haía ahí, por qué estaba ahí, sólo dijo que por la mañana "dió en andar y...". Suspiramos aliviados y nos sonreímos encantados.

De pronto comprendí que eran las cinco y media de la tarde y que no había comido ni casi desayunado. En casa me encontré con un plato de lentejas de mi vecina Josefita (le debo otra entrada del blog) y me dormí la siesta terriblemente cansado, tanto como como hoy pero... feliz.
Bueno, también como hoy.

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