Es sábado por la noche y, aunque soy cura de pueblo, tengo una cita con mis amigos de Zafra para salir a cenar y de copas. Pero no voy a ir; en lugar de estar peinándome (...) estoy aquí escribiendo estos mensajes en una botella que son las entradas de mi blog.
No voy porque estoy cansado; llevo varios días de mucho ajetreo, muchos kilómetros, mucho esfuerzo por concentrarme entre tanta dispersión y por llevar adelate tantos frentes a la vez.
Cansado pero contento. Muy contento. Porque encuentro pequeños signos del Reino, verdaderos brotes verdes, señales de bendición. Porque Ceci ha venido a la Eucaristía después de que hace varias semanas que acude su hijo; porque se vislumbra la posibilidad de crear un interesante equipo de pastoral familiar que se ocupe de trabajar por los jóvenes, por sus padres, un grupo generador de vida y de valores... Contento porque hay gente que apuesta por la gente joven, a pesar de que no son precisamente "el caballo ganador".
Contento porque es muy bello el otoño. Es la hora de sembrar. Ayer hablamos de eso en mi grupo de Estudio del Evangelio (¡qué maravilla!): ¿acaso no es tan bonito sembrar como cosechar? Para que pueda haber verano tiene antes que haber otoño; para poder recoger, antes tiene que llover... Aunque a ti no te toque más que sembrar.
Sembrar cansa... ¡pero pone muy contento!
Sembrar entonces es algo así como limpiar la casa... ¿no? Ya sabes, es que estoy en mi epoca mari, mon père...
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