miércoles, 30 de mayo de 2018
EL TIEMPO PONE A CADA UNO EN SU LUGAR
Es de madrugada. Este día en el que cumplo 48 años comenzó hace horas al otro lado del mundo, donde mis sobrinos ya están en el cole, mi mami en la cocina de casa, mis hermanas en sus trabajos y mi padre liado con recados y asuntos varios. Pronto me conectaré a internet y llegarán felicitaciones porque sé que soy querido, pero antes, solo un momento de silencio para acoger, considerar y agradecer.
Cuando el Niño levanta la copa ya no es un niño; es un hombre hecho y derecho que tiene su propia familia, bastantes horas de vuelo y tantas muescas en su revólver como episodios de los que no se siente precisamente orgulloso. Conoce el regusto del fracaso y ha aprendido a lidiar con la frustración y la inercia de sus propias limitaciones. Tal vez por eso sabe disfrutar de los goles que marca, y festeja a tumba abierta este título para el Atleti, porque sabe dimensionar y relativizar los éxitos y los chascos.
Pero la vida le debía este momento de gloria por la fidelidad que ha demostrado al equipo, su corazón rojiblanco, su lucha y su compromiso. Finalmente, está donde le corresponde estar, en el olimpo de los mitos del Atlético y del fútbol español. No es una superestrella como Messi, ni se lo tiene creído como Ronaldo*: lo que ha logrado se lo ha currado con trabajo, ayudas y constancia, y sus sueños se han hecho realidad. Se lo merece y al mismo tiempo le ha sido concedido.
También yo soy un hombre, aunque las velitas de hoy me hagan sentir el crío, el adolescente y el joven que hay en mí. Un ser humano que navega en el ecuador de la vida, no tanto por la por la madurez (¿existirá eso?), sino por una etapa de lucidez tonificante. Desde donde estoy se aprecian los “añitos en el infierno”, los despropósitos y los errores; las grandes alegrías que disfruté, los remansos de sentido, las emociones y la intensidad. Todo queda ponderado y matizado por el realismo.
Acá he llegado, este es el trofeo que la vida me guardaba, mi selva, el Perú, ser misionero, el Vicariato San José del Amazonas. No soy el mejor de la historia, conozco la inconsistencia de mi barro; pero lo he perseguido, siempre he creído que era esto, a veces sufriendo dolorosos batacazos y desengaños, y al final Diosito me lo ha regalado. Es un sueño cumplido y me siento como si fuera 30 de mayo… “Todo es gracia”, dice Bernanos, y toca reconocer y contemplar.
No puedo evitar emocionarme recordando a Santi, a Maribel y a Juan Jesús, que emprendieron su viaje antes de lo deseado y soplan sus velas en la Eternidad. Seguimos siendo amigos porque el amor es el antídoto contra la muerte, que nos invade cada día de tantas maneras. Es el amor el que nos forja, desde las caricias de nuestros padres, la merienda en el desván de Antonio Amores, los juegos a carreras en la plaza, el baloncesto, la revista Cascanueces, el Spectrum y el teatro del colegio.
“El tiempo me pertenece”, escribe Kiko en este hermosísimo poema. Los años son el escenario de las sorpresas de Dios, que, además de sobrellevar mis contradicciones y mi mediocridad, se las ingenia para darme lo que necesito en cada edad, y me envía personas que me quieren, antes y ahora, siempre. Es eso lo que cuenta, “lo eterno perdura”, esa es la clave para ser feliz: amar y ser amado. Y yo lo soy.
Está amaneciendo. Todo es nuevo “en mi piel de tiempo”, pero el tatuaje en las palmas de Dios que lleva mi nombre es indeleble. Gracias a todos hoy y gracias a Él.
* En una entrevista de finales del año pasado, Cristiano Ronaldo dijo: "Respeto las preferencias de todos, pero no veo a nadie mejor que yo (…). No hay un jugador más completo que yo. Soy el mejor jugador de la historia, tanto en los buenos como en los malos momentos". Si alguien no se lo cree, puede verlo en https://elpais.com/deportes/2017/12/08/actualidad/1512731536_228620.html. De todas las estupideces que he leído en mi vida, esta se lleva el Balón de Oro.
jueves, 24 de mayo de 2018
QUEDARSE UNA MIJINA
Y ¿qué es lo que hemos hecho en Nueva Esperanza, o más bien intentado, si puede saberse? Pues lo más importante: estarnos ahí, dicho en extremeño. Quedarnos una mijita. No solo un medio día, con reunión y ya. Al menos unos cuatro o cinco diinas, una pizca. Y eso da resultados por sí solo, empezando por la satisfacción de conocer hasta el punto de poder llamar a algunas personas por sus nombres y compartir algunas de sus historias. Fascinante.
La única vereda se recorre muchas veces en ése tiempito: adelante, atrás, “buenos días”, “cómo está”, etc. La gente se queda con esta cara de gringo colorao y todos aprenden que eres el sacerdote de la Iglesia Católica, incluso (o sobre todo) los pseudoevangélicos del MMM*, que además nos tienen por los selladores del 666, el maleficio que disolverá todas las religiones en una, jaja, qué tontería Diosito. En la primera reunión, a la que estaba invitada todita la población, dejamos claro que no pretendemos convencer a nadie de nada, nomás proponemos, como Jesús.
Y el caso es que un buen grupo de gente nos acompañó en el repertorio de actividades que le ofrecimos. Comenzamos visitando el cementerio, donde hay como veinte muertitos sepultados en tierra, con las tumbas rodeadas a veces por botellas clavadas, y siempre señaladas por una cruz de madera donde sin remedio se borran los nombres. Bendijimos el lugar (como en otras aventuras anteriores), rezamos por los difuntos… y descubrimos que la gente en general no sabe ni el padrenuestro ni hacer la señal de la cruz. Pero estaban todos muy atentos y fue un momento bonito.
Había varias peticiones de Bautismo, así que armamos dos encuentros de preparación en dos grupos distintos: uno de los niños de a partir de 8 o 9 años (en los catecismos antiguos la “edad del discernimiento”, jeje, alguno no lo alcanza ni a los 47) y otro de papás y padrinos. Como en la primera reunión de los chivolos intentamos ponerles un trozo de película sobre Jesús (que luego no se pudo porque con la claridad no se veía ná), acudió un gentío y fue un poco caos; la segunda sesión, al día siguiente, fue mejorcita según los compañeros, porque yo estuve con la panda de los adultos. Todos ahí, sin faltar ninguno, muy serios y silenciosos, escuchando con absoluta atención y Fátima y yo incapaces casi de arrancarles una palabra. Hablamos de Jesús, del mandamiento principal, del significado del Bautismo, de sus ritos, de la responsabilidad de los padres y padrinos… No sé si se enteraron de algo, pero lo hicimos lo mejor que supimos y pudimos.
Por las noches, programa variado: taller sobre Derechos Humanos que Zélia condujo con mucha mano y donde pudimos entrever cosas que pasan por acá… ¡si pudiéramos estar más tiempo! A la gente le encantó. Al otro día, peli para los niños: “Buscando a Nemo”. A la media hora las criaturas empezaron a dormirse, tumbarse, jaja… Normal, si en este mundo sin luz a las 7 de la noche están ya en la hamaca como piedras.
¿Y entre medio? Pues lo de todos los días: lavar la ropa, bañarnos en el río (que junto a la casa de Rosa forma una especie de piscina deliciosa), arreglar de comer, visitar alguna casa y conocer a personas, a Juver, a Mariana, a Ernesto, Hely y su esposa Gloria, Deysi… Intentar ser unos más, visitantes pero ya conocidos y aceptados; escuchar algunas penas y prometer ayudar en lo que esté en nuestra mano; compartir problemas de esta comunidad, expectativas, sufrimientos y luchas. “Tocar la carne sufriente de los demás”, “entrar en contacto con la existencia concreta de los otros” y así conocer “la fuerza de la ternura”, dice el Papa en el número 270 de Evangelii Gaudium. El día que lo escribió, el Espíritu Santo estaba gloriosamente inspirado, para qué.
Así llegó la última noche. El salón comunal estaba bastante concurrido para la Eucaristía y los bautizos de 17 niños y 2 adultos. Fue una celebración bonita, nada pesada, para ellos algo especialísimo, casi inédito, y para mí… pues la fiesta de mi aniversario, 18 años de mi ordenación. A Fátima y a mí nos tocó además ser padrinos de varios niños, y eso añadió una dosis de emoción. Creo que los tres, con Zélia, estábamos contentos y satisfechos: les hemos entregado lo mejor que tenemos, el don de Dios y a nosotros mismos con Él, nuestro cariño y nuestro compromiso. Porque queremos volver.
* Movimiento Misionero Mundial. Ver www.mmmoficial.org
viernes, 18 de mayo de 2018
ENAMORADO DE ESPERANZA
Se llama como ella, y es también muy especial. Pequeña y bonita, por tiempo abandonada, con urgencia de que la atiendan y la cuiden, pero llena de vida y de futuro. Esperanza, la comunidad más alejada y desde ahora, y por eso mismo, mi preferida. Con ese nombre, ¿cómo no voy a quererte?
El río Mirim es el principal afluente del Yavarí en su tramo final. La boca está a tres o cuatro días de navegación río arriba desde Islandia, y de ahí hasta nueva Esperanza jala una jornada más. La lejanía y el aislamiento son pues las señas de identidad de este lugar. Al llegar te sorprende encontrar un pueblo pizpireto, las casas bien alineadas junto a la vereda paralela a la línea del río, que desprende inmediatamente una impresión de serena alegría.
Llegar y salir de acá son como jeroglíficos para esta gente, a veces casi misión imposible, puesto que no hay movilidad regular. Deben esperar alguna oportunidad, como el bote de un bodeguero que baja a aprovisionarse, o gestiones de las autoridades locales… y si no, juntarse varias personas y cotizar para los cerca de 1000 reales que les costará la carga de combustible y alistar el bote de uno de ellos. La sensación de ser náufrago atrapado en una isla es intensa e inquietante.
Tienen enfermero y laboratorista, y hasta microscopio para hacer la gota gruesa y diagnosticar la malaria, pero si alguien se pone grave el lío es gordo porque hay que llevarlo a Pelotón, el campo militar brasilero que está a un día de bajada. Por supuesto acá no hay agua potable ni saneamientos, y el motor de luz lleva dos años malogrado. La escuela se les cayó, y mientras gestionan que les construyan otra, las clases son en el salón comunal: dos profesores contra casi 100 niños, qué bestia, no sé cómo pueden.
En la tiendita de Guillermo, el colombiano, hay algunas conservas, arroz, macarrones y jabón, pero acá no encuentras muchas cosas como pollo o huevos; bueno, los hay hasta que se acaban. Tampoco cultivan coca; dicen que porque no quieren, o tal vez porque a los narcos les costaría mucho sacarla desde tan lejos y no es rentable. Y ¿de qué viven? Salen adelante gracias a la madera. Es más, la madera es la razón de ser de esta comunidad, explica el porqué se ha venido tan lejos esta gente.
En esta zona quedan amplias extensiones de árboles maderables, que son explotados por un par de empresarios que dominan el mercado. Muchos hombres llegan de lejos atraídos por el supuesto dinero rápido y abundante que da este negocio, y se ven enredados en circunstancias cercanas a la trata de personas. En donde nos quedamos, ca Rosita, hay tres de ellos alojados (y otros muchos en otras casas del pueblo), esperando a que saquen la madera para que sus patrones les paguen. Los palos los almacenan en las quebradas donde los talan y luego los hacen bajar con la corriente del Mirim hasta Esperanza; acá los juntan y después los bajan hasta Islandia por el Yavarí en una travesía de 10 a 15 jornadas (día y noche) sin motor, que debe de ser bravísima. Los hombres, acabadas sus provisiones y regresados del monte, pasan semanas y a veces meses sin recibir su salario, en una situación de práctica esclavitud.
La ausencia del Estado, la impunidad (los policías de Carolina, a 6 horas, tienen bote – lo usan para bañarse – pero no tienen motor…) , la escasez de alimentos y la enorme distancia hacen que en Esperanza la vida sea dificultosa y dura. La gente tiene que salir a pescar y cazar, y cada día se ven llegar chalupas con carne de venado, majás, zúngaro, paiche o palometa. Una vez hemos almorzado sopa de… mono. Es un lugar de hombres, en el que sospechamos que la mujer debe de sufrir muchos abusos, un sitio remoto, de alguna manera cruel y casi peligroso… Pero el sol brilla, la lluvia cae y la luna sale a pasear. Los niños van descalzos, pero sus sonrisas son cristalinas y no dejan lugar a dudas: en Nueva Esperanza también se es feliz.
sábado, 12 de mayo de 2018
VIVIENDO EN EL BOTE
Durante nueve días, cinco de surcada hasta Nueva Esperanza del Mirim, y cuatro de regreso, el “Rey del Yavarí”, una chalupa de madera de 12 metros de eslora, ha sido para nosotros un departamento flotante con cocina, sala de estar y baño atracando en el barranco más próximo. Fueron travesías de entre 7 y 9 horas, prácticamente todo el día en la canoa con alguna parada técnica obligatoria. No queda otro remedio si se quiere llegar a este confín desde donde escribo. El penúltimo día de subida pasamos 14 horas embarcados, y el segundo día de bajada, 15, casi nada.
“¿Y han venido sentados?” – preguntó uno de los policías del puesto de Carolina, donde era noche cerrada cuando llegamos. Y es que en los largos días de navegación por el inmenso Yavarí, los barcos grandes de los israelitas son como lanchas donde la gente cuelga sus hamacas para viajar acostados; nosotros, sentados. Con el motorista, don Rey (se llama como su embarcación, o a la inversa) en la popa con sus dos motores de 5 y de 9 CV y sus tanques de gasolina (uno de ellos un bidón con 60 galones, alrededor de 200 litros), éramos cuatro personas en un reducido espacio de dos metros cuadrados, rodeados por mochilas, hatos de carpas y colchonetas, bolsas con víveres, cocina, balón de gas, botellas de agua, platos, peroles y nuestras prendas colgadas secándose al viento.
¿Qué cómo se pasa el día entero así? Primero obedeciendo a las rutinas: preparar el café del desayuno, lavar los cacharros, cepillarse los dientes, lavar la ropa… Las tazas y los calzoncillos los metes en el agua resistiendo el empuje de la nave, y ahí enjabonas y enjuagas rapidito. A veces una olla o un balde se escapan de las manos y hay que dar la vuelta para recogerlos. Un rato central del día es preparar la comida. Se reduce la velocidad del bote y se protegen los quemadores de la cocinita con un plástico para que no se apaguen. Como casi no nos podemos mover, no puede haber turnos: cocinar es necesariamente un trabajo de equipo. Sentados con el fuego en medio, uno cuece los espaguetis, otro corta cebolla, otro pela plátano verde, otro abre latas de anchovetas… La dieta es breve (por usar un adjetivo fino), pero sabe rico rodeados por la belleza única del Yavarí.
Largas horas de singladura, flanqueados por murallas verdes de altos árboles, adentrándonos en el silencio cada vez más rotundo del río, empatado con el ronquido de los motores que ya no adviertes… Me acomodo con un chaleco salvavidas como cojín y leo… Han caído las últimas novelas de Ken Follett, Vargas Llosa, Luis Landero y la mitad de Javier Marías… Disfruto como enano y el tiempo se desliza. Hay momentos en que entramos en un furo, uno de esos pasillos de agua en medio de la selva, o pasamos junto a un caserío o se cruza un bote; pero a medida que remontamos el Yavarí y pasamos al Mirim, va calando inexorable la hegemonía de la ancha soledad.
Y así trascurren las jornadas, maceradas por la paciencia, adornadas en todo momento por una naturaleza fascinante. La aleta juguetona del bufeo, el sello de Diosito, me recuerda que jamás estamos solos. Bajo la lluvia, con el agua invadiendo el bote y mojándonos inevitablemente, girando entre los árboles plantados en el agua, esquivando palos, con una hélice de pronto floja, o en la oscuridad, donde todo se torna más incierto, el misterio de Bondad nos acompaña.
De pie en la proa, impregnado del estallido de hermosura del sol poniente, pienso que esto que hago es lo que siempre he deseado, con todas las limitaciones que distancian los sueños de la realidad. Salir, ir, más allá, más lejos, a las fronteras de lo humano, donde Diosito respira por sus heridas y padece y camina y espera. Llegaremos a Limonero, a Yarina, a Nueva Esperanza, y allí buscaré la mirada de la luna para sentir, en el bosque lleno de espíritus, la seguridad del amor incluso en este fin-del-mundo.
sábado, 5 de mayo de 2018
EL SUEÑO DEL MIRIM
Si alguien está leyendo esto antes del 10 o 11 de mayo, que rece por el viaje que comenzamos mañana (28 de abril), el recorrido más largo del año con mucha diferencia. Vamos a Nueva Esperanza, una comunidad situada en un afluente del Yavarí, el Mirim, a seis días de navegación río arriba. Afortunadamente me confesé ayer (…).
No tenemos más referencia que un nombre en el mapa. Es justo al revés del número 239 de los Ejercicios, no sé “adónde voy y a qué”, jaja. Un lugar lejano, un periplo incierto, sin duda peligroso, un acceso a lo desconocido, tal vez una de las mayores aventuras de mi vida hasta la fecha. Me encanta.
Una expedición de esta categoría ejerce una singular influencia sobre los viajeros desde semanas antes de iniciarla. En primer lugar por los preparativos, que son también menúos: para poder llegar hasta ese confín hemos de pedir plata, porque calculamos que en total costará unos tres mil soles. Esta mañana he comprado ciento diez galones de gasolina (unos 418 litros), que debemos llevar con nosotros los dos primeros días, hasta que podamos dejar un bidón en Limonero y recogerlo a la vuelta. Así reducimos las posibilidades de perder todo el combustible en un asalto.
El Yavarí es una zona roja, y estoy seguro de que, a medida que se sube el río, se cultiva y procesa más coca. Por eso hay que tener más cuidado que el habitual, y por supuesto navegar solo de día. Demoramos en encontrar un motorista que supiera y quisiera llevarnos, y cuyo bote tuviera las dimensiones idóneas, pero lo logramos. El “Rey del Yavarí” acogerá como casa a las hermanas Zélia y Fátima, a su dueño el señor Rey (que en realidad se llama Egidio), a Toni, el animador de Buen Suceso, nacido en el Mirim, que nos hará de guía y motorista suplente, y a un servidor: cinco personas.
Nos han prestado una cocinita y un balón de gas para, como es lógico, preparar la comida en el bote. Me figuro que habrá que colocar el fuego lejos del cargamento de gasolina… Llevamos ingredientes para almorzar en marcha arroz, fideo, arroz y fideo. Habrá café, galletas, y la esperanza de que Toni pesque por el camino, porque como tenga que hacerlo yo, estamos cagaos. Pescar se me da igual que bailar.
Hay que prever también lavar la ropa en el bote, cargar el Ebook, actualizar las reservas de paciencia y pertrecharse contra las nubes de moscas y zancudos que nos esperan, según los consejos de la gente, que siempre animan harto. Porque, eso sí, todo el mundo sabe que nos vamos; el otro día aparecieron por la casa dos policías chivolos, de los que están en el puesto de Carolina, a preguntar si los podíamos llevar de pasajeros, que están tiesos de plata para viajar. Qué panorama: un total de cinco efectivos en el alto Yavarí sin movilidad, ni un sol, ni posibilidad de perseguir a los malos… ya me quedo más tranquilo.
Hemos llamado por Gilat varias veces, sin dar con las autoridades; pero la señora Rosa Tapullima estuvo acá en el encuentro de octubre, de modo que la hemos avisado a ella de que llegaremos el 3 o el 4 de mayo. “¿Habrá Bautismo padre?”. Pues me agarró en blanco, la verdad. No sé casi nada. Hemos conversado que nos quedaremos tres o cuatro días; llevamos materiales para preparación de bautismos, biblias, charla sobre los derechos humanos, catequesis, cancioneros y usb con canciones, los aperos para celebrar la misa, el proyector que me regalaron Jose Rubio, SoniaGema, Isa y Carmen en 2016, parlante y papeles varios. Es una sola vuelta en el año, muchos procesos no son posibles, así que veremos sobre el terreno, lo que salga se apareja. Teniendo en cuenta que más allá de 300 kilómetros de surcada el derecho canónico ya no es vigente ;).
No solo los preparos, la cercanía de esta travesía nos tiene desde hace días en un estado de emoción, a la expectativa, enfocados en lo que vamos a vivir, con la mochila y el corazón abiertos. El año próximo será más sencillo, seguro que iremos con alguna idea o plan (si es que regresamos ahora, claro), pero la primera vez es especialísima. Mami, el día 4 o 5 estaré llamando a Islandia para decir que hemos llegado bien. Contacta por whatsapp con Ivanês para que te cuente. Este año el 6 de mayo cae en domingo: dieciocho años de ordenación, toma ya. La mayoría de edad de sacerdote, en el Mirim, como misionero. Jamás podría haber imaginado una celebración mejor.