Me encanta Rabindranaz Tagore.
Hace muchos años que sus poemas-oraciones me ayudan a saborear la belleza, la delicadeza y la profundidad tratando de encontrarme con el Misterio de bondad que llamamos Dios.
Leo y releo particularmente "Ofrenda lírica".
Os lo recomiendo de verdad.
Últimamente este poema me hace reflexionar
y me cuestiona... ¿dónde están habitualmente mis pies?
¿Entre quienes?
Buen programa de vida...
Tienes tu escabel, y tus pies descansan
entre los más pobres, los más humildes y perdidos.
Quiero inclinarme ante Ti, pero mi postración no llega nunca
a la sima donde tus pies descansan
entre los más pobres, los más humildes y perdidos.
El orgullo no puede acercarse a Ti,
que caminas con la ropa de los miserables,
entre los más pobres, los más humildes y perdidos.
Mi corazón no sabe encontrar tu senda,
la senda de los solitarios, por donde Tú vas
entre los más pobres, los más humildes y perdidos.
martes, 27 de septiembre de 2011
viernes, 23 de septiembre de 2011
CON CARA DE VACA QUE VE PASAR UN TREN
Jejejejeje, la otra noche nos dimos las gordas de reír en la reunión de la comisión de acompañamiento de las zonas de Pastoral Juvenil: Nacho decía que hay veces que le explicas a alguien algo y te mira con cara de vaca que está viendo un tren, o sea, que no se está enterando de nada.
Como esa señora a la que en el despacho parroquial te esfuerzas en contarle que no, que su hijo no puede ser padrino de Bautismo porque no está confirmado, y después de toda una argumentación teológico-pastoral te observa un instante con gesto inexpresivo y, tras un tenso silencio, te pregunta: "pero entonces, ¿mi Juan puede ser padrino o no?", jajaja.
La vaca, al ver cómo pasa el tren a toda velocidad, mastica un poco de hierba; embargada por una perplejidad inmóvil o una plácida estupefacción. O una ignorancia entre indiferente y atónita.
Con jubilosa y progresiva sorpresa he leído el último cuaderno de "Cristianismo y Justicia" sobre los curas obreros: http://www.fespinal.com/espinal/llib/es175.pdf. Recomiendo echar un vistazo a un grupo de gente excepcionalmente original, a sus planteamientos, a sus experiencias y a su historia. Eligieron ser nadie, ser radicalmente "uno de tantos"... Intuir su valentía me ayuda a colocar mi sacerdocio en su justo punto, bajándome los humos, tratando de resistir a la inercia de ser protagonista o jefe de algo.
Menos mal que la Iglesia es muy grande y muy variada; es su inmensa diversidad la que muestra el verdadero rostro de Jesús. Necesitamos que nos recuerden cómo el Maestro vivió radicalmente a la intemperie y renunció a su poder de Dios, no vaya a ser que nos lo creamos por ser cola de ratón.
Yo lo flipo como la vaca de Nacho y mastico la tostada del desayuno.
lunes, 19 de septiembre de 2011
EL PECULIAR AROMA DEL AGRADECIMIENTO
Hay en mi pueblo una familia de marroquíes, algo un tanto exótico teniendo en cuenta que no se puede calificar a Santa Ana precisamente como un "yacimiento de empleo"... el personal se defiende como puede entre los ERES de Gallardo, lo poco que se saca del campo, las corchas o el PER. El caso es que hace un año apareció por aquí esta gente: la pareja, la cuñada y dos niñas, la más pequeña casi un bebé.
Alquilaron un piso de 200 Euros, y fue un acontecimiento y un comentario general; pero ya están más integrados en el pueblo. El padre, un hombre joven, educado y amable, busca por todos lados algo de trabajo. Pero no es fácil. La cuñada sí tiene un empleo (en otro pueblo) y así tiran. Los meses anteriores al verano debieron ser especialmente duros, porque vinieron a pedir ayuda al cura.
Han estado varias veces en casa; todos juntos o el padre con la hija mayor, que tendrá cinco o seis años. Siempre procuro hacerlos pasar al salón, se sientan, les ofrezco alguna bebida pero nunca toman nada; la niña si que acepta una piruleta o un caramelo. Hablamos de lo que necesitan y Cáritas les ayuda con alimentos, pañales, productos básicos. Siempre en un tono muy respetuoso y franco, una conversación agradable y serena. Las mayores preocupaciones son el trabajo (indagamos, la trabajadora social está en ello, nos movemos...) y la casa: ¿podríamos ayudarles a encontrar un alquiler más bajo? Y las voluntarias de Cáritas se patean el pueblo, preguntan, piden (son ellas las que se lo curran, yo la verdad hago poco)... Pero hasta ahora nada.
En junio vinieron a despedirse: que se marchaban a ver a su familia después de siete años, que no dejáramos las cosas en el olvido, por favor. Regresaron la semana pasada y el otro día tocaron de nuevo el timbre. Yo estaba a punto de salir y me disculpé por no poderlos atender como otras veces, pero me dijeron: "no, tranquilo, es sólo un momento", y me ofrecieron unos sencillos regalos, unos adornos que me traían de Marruecos. Y me quedé sin palabras.
Conduzco esta tarde y pienso que la solidaridad es algo muy simple, que consiste en estar "ahí", al lado del que necesita, aunque no puedas resolverle sus problemas; consiste también en escuchar con atención y un poco de amabilidad, y poco más. La solidaridad en zapatillas no conoce fronteras, idiomas o religiones, porque es el lenguaje de Dios que brota en nosotros y despide un precioso y raro aroma: el agradecimiento mutuo. Gracias, Dios mío.
El "incensario musulmán" y la balanza, sobre mi mesa |
Alquilaron un piso de 200 Euros, y fue un acontecimiento y un comentario general; pero ya están más integrados en el pueblo. El padre, un hombre joven, educado y amable, busca por todos lados algo de trabajo. Pero no es fácil. La cuñada sí tiene un empleo (en otro pueblo) y así tiran. Los meses anteriores al verano debieron ser especialmente duros, porque vinieron a pedir ayuda al cura.
Han estado varias veces en casa; todos juntos o el padre con la hija mayor, que tendrá cinco o seis años. Siempre procuro hacerlos pasar al salón, se sientan, les ofrezco alguna bebida pero nunca toman nada; la niña si que acepta una piruleta o un caramelo. Hablamos de lo que necesitan y Cáritas les ayuda con alimentos, pañales, productos básicos. Siempre en un tono muy respetuoso y franco, una conversación agradable y serena. Las mayores preocupaciones son el trabajo (indagamos, la trabajadora social está en ello, nos movemos...) y la casa: ¿podríamos ayudarles a encontrar un alquiler más bajo? Y las voluntarias de Cáritas se patean el pueblo, preguntan, piden (son ellas las que se lo curran, yo la verdad hago poco)... Pero hasta ahora nada.
En junio vinieron a despedirse: que se marchaban a ver a su familia después de siete años, que no dejáramos las cosas en el olvido, por favor. Regresaron la semana pasada y el otro día tocaron de nuevo el timbre. Yo estaba a punto de salir y me disculpé por no poderlos atender como otras veces, pero me dijeron: "no, tranquilo, es sólo un momento", y me ofrecieron unos sencillos regalos, unos adornos que me traían de Marruecos. Y me quedé sin palabras.
Conduzco esta tarde y pienso que la solidaridad es algo muy simple, que consiste en estar "ahí", al lado del que necesita, aunque no puedas resolverle sus problemas; consiste también en escuchar con atención y un poco de amabilidad, y poco más. La solidaridad en zapatillas no conoce fronteras, idiomas o religiones, porque es el lenguaje de Dios que brota en nosotros y despide un precioso y raro aroma: el agradecimiento mutuo. Gracias, Dios mío.
miércoles, 14 de septiembre de 2011
PREGÓN EN VALENCIA DEL VENTOSO (II)
La cultura la crean las personas y los grupos, y en nuestro pueblo, la crean las asociaciones. La Asociación de Mujeres Atenea, la Asociación Juvenil, las Hermandades… y sobre todo la Asociación Cultural Ardila, que proyecta, organiza y remueve. ¡Qué gozada el belén viviente! ¡Cuánto he disfrutado en la cabalgata de los Reyes Magos (y lo sigo haciendo…)! ¡Y qué divertido es vestirse de gigante o cabezudo en agosto! Y darle en el culete soplamocos a los niños mientras intentas esquivar los balcones, no vaya a ser que haya algún farrondón y alguna vecina relate…
Pero el corazón del pueblo, la clave de su cultura y de su tradición, es la Virgen del Valle. Ella es nuestra esencia, profundísimamente arraigada en nuestras vidas. El quince de agosto la traemos: recuerdo cómo me impresionó la primera vez… ese gentío… ese respeto… Pero lo que me dejó admirado y todavía hoy me sobrecoge es la estancia de la Virgen en la Parroquia, cómo le muestra la gente el cariño a la Señora. Esas noches de verano, la iglesia oscurita, la silenciosa presencia de la Virgen, que, delicadamente engalanada, llena los ojos de los valencianos que acuden a saludarla; la intimidad de las conversaciones con Ella… le confiamos nuestras cosas, es la Madre que recoge los dolores y las ilusiones de sus hijos y devuelve generosamente amor, compañía constante y comprensión… Fiel retrato de nuestro pueblo, de la belleza de su condición. ¡Viva la Virgen del Valle!
Hay aquí muchas cosas estupendas, pero lo más hermoso y mejor de Valencia es su gente. Me sentí y me siento muy querido. Recibí mucho cariño en forma de pequeños detalles de todos los días; notaba siempre la preocupación, el afán por cuidarme, por protegerme y ayudarme. Muchos días he llegado a casa y me he encontrado un plato de garbanzos valencianos que nuestra querida Pili me ha dejado. Y en los momentos malos que pasé, cuando sufrí y lloré, encontré a mi comunidad parroquial para sostenerme. Una parroquia viva, de gente dispuesta, servicial y abierta a los cambios; hicimos muchas cosas, hubo aciertos y decepciones, sonrisas y también lágrimas... Trabajamos mucho, a veces demasiado, pero sobre todo compartimos mucho, compartimos realmente nuestra vida.
Una parroquia al estilo de Valencia, que se vuelca con los que más necesitan, que atiende como nadie a las llamadas a la solidaridad: ahí está el taller solidario, que cada año colabora con África, con Hispanoamérica, ahí están las campañas de Cáritas… tremendo cómo la gente responde. Pero os he de decir, ahora que no nos oye nadie, que para mí fue emocionante lo que se generó con motivo de la obra del tejado de la iglesia. ¡Qué bárbaro! ¡Qué generosidad la de mi pueblo! ¡Qué calidad humana tiene su gente! ¡Qué suerte haber sido su cura! ¡Qué regalo mi hizo Dios!
Las Nochebuenas, después de haber celebrado la Misa, me marchaba a casa con sentimientos encontrados: feliz de pasar esos momentos con mi familia, y al mismo tiempo pesaroso por dejar a la gente en las Candelas y perderme unas ocasiones preciosas para convivir, reír y celebrar juntos. Aquí en el pueblo encontré verdaderos amigos: personas especiales, hermanos que saben de mis heridas, mis caídas y mis batallas, y decidieron ser un trozo de mi vida y un pedazo de mi ser; amigos que me ayudan en la tarea apasionante de vivir.
Aquí en Valencia pasé los dos años más felices de mi vida. Hasta que llegó aquel día fatídico de finales de mayo en que, bruscamente, me dijeron que tenía que irme: pocos momentos peores que aquel recuerdo en los años que tengo. Un gran dolor me invadió y tengo el corazón farrondao desde entonces.
A la hora de despedirme me dijeron cosas muy bonitas: “llevas dos años, pero es como si llevaras 9”; o “quédate con nosotros, aunque no seas cura”. Valencia ha sido como mi escuela, mi primera experiencia, la más especial, que me ha marcado para siempre, como el primer amor. Aquí eché los dientes como cura. De hecho, los años que siguieron no fueron así de redondos. Solamente ahora, en Valle de Santa Ana, me siento parecido a como cuando estaba aquí en el pueblo; los santaneros que me acompañan hoy se lo tienen que tomar como el mejor piropo de mi parte, después de todo lo que he dicho.
Allí, en Santa Ana, hay una niña mu salá, que se llama Anabel y que de vez en cuando me dice: “te quiero 9 @”, o sea, “te quiero un montón”. ¡Valencia del Ventoso, te quiero 9 @! Me siento orgulloso de estar aquí esta noche y de haber sido vecino y párroco de Valencia; es un honor que ostentaré toda mi vida, que me acompaña siempre, como el cuadro de la Virgen del Valle vela la cabecera de mi cama. Y es una alegría seguir “formando parte”, de alguna manera, de “mi” pueblo; porque, si no os parece mal y me dejáis, Valencia será siempre “mi” pueblo. Con un pedazo de mi corazón siempre aquí, con vosotros, junto a la Señora. ¡VIVA LA VIRGEN DEL VALLE! ¡VIVA VALENCIA!
Pero el corazón del pueblo, la clave de su cultura y de su tradición, es la Virgen del Valle. Ella es nuestra esencia, profundísimamente arraigada en nuestras vidas. El quince de agosto la traemos: recuerdo cómo me impresionó la primera vez… ese gentío… ese respeto… Pero lo que me dejó admirado y todavía hoy me sobrecoge es la estancia de la Virgen en la Parroquia, cómo le muestra la gente el cariño a la Señora. Esas noches de verano, la iglesia oscurita, la silenciosa presencia de la Virgen, que, delicadamente engalanada, llena los ojos de los valencianos que acuden a saludarla; la intimidad de las conversaciones con Ella… le confiamos nuestras cosas, es la Madre que recoge los dolores y las ilusiones de sus hijos y devuelve generosamente amor, compañía constante y comprensión… Fiel retrato de nuestro pueblo, de la belleza de su condición. ¡Viva la Virgen del Valle!
Hay aquí muchas cosas estupendas, pero lo más hermoso y mejor de Valencia es su gente. Me sentí y me siento muy querido. Recibí mucho cariño en forma de pequeños detalles de todos los días; notaba siempre la preocupación, el afán por cuidarme, por protegerme y ayudarme. Muchos días he llegado a casa y me he encontrado un plato de garbanzos valencianos que nuestra querida Pili me ha dejado. Y en los momentos malos que pasé, cuando sufrí y lloré, encontré a mi comunidad parroquial para sostenerme. Una parroquia viva, de gente dispuesta, servicial y abierta a los cambios; hicimos muchas cosas, hubo aciertos y decepciones, sonrisas y también lágrimas... Trabajamos mucho, a veces demasiado, pero sobre todo compartimos mucho, compartimos realmente nuestra vida.
Una parroquia al estilo de Valencia, que se vuelca con los que más necesitan, que atiende como nadie a las llamadas a la solidaridad: ahí está el taller solidario, que cada año colabora con África, con Hispanoamérica, ahí están las campañas de Cáritas… tremendo cómo la gente responde. Pero os he de decir, ahora que no nos oye nadie, que para mí fue emocionante lo que se generó con motivo de la obra del tejado de la iglesia. ¡Qué bárbaro! ¡Qué generosidad la de mi pueblo! ¡Qué calidad humana tiene su gente! ¡Qué suerte haber sido su cura! ¡Qué regalo mi hizo Dios!
Las Nochebuenas, después de haber celebrado la Misa, me marchaba a casa con sentimientos encontrados: feliz de pasar esos momentos con mi familia, y al mismo tiempo pesaroso por dejar a la gente en las Candelas y perderme unas ocasiones preciosas para convivir, reír y celebrar juntos. Aquí en el pueblo encontré verdaderos amigos: personas especiales, hermanos que saben de mis heridas, mis caídas y mis batallas, y decidieron ser un trozo de mi vida y un pedazo de mi ser; amigos que me ayudan en la tarea apasionante de vivir.
Aquí en Valencia pasé los dos años más felices de mi vida. Hasta que llegó aquel día fatídico de finales de mayo en que, bruscamente, me dijeron que tenía que irme: pocos momentos peores que aquel recuerdo en los años que tengo. Un gran dolor me invadió y tengo el corazón farrondao desde entonces.
A la hora de despedirme me dijeron cosas muy bonitas: “llevas dos años, pero es como si llevaras 9”; o “quédate con nosotros, aunque no seas cura”. Valencia ha sido como mi escuela, mi primera experiencia, la más especial, que me ha marcado para siempre, como el primer amor. Aquí eché los dientes como cura. De hecho, los años que siguieron no fueron así de redondos. Solamente ahora, en Valle de Santa Ana, me siento parecido a como cuando estaba aquí en el pueblo; los santaneros que me acompañan hoy se lo tienen que tomar como el mejor piropo de mi parte, después de todo lo que he dicho.
Allí, en Santa Ana, hay una niña mu salá, que se llama Anabel y que de vez en cuando me dice: “te quiero 9 @”, o sea, “te quiero un montón”. ¡Valencia del Ventoso, te quiero 9 @! Me siento orgulloso de estar aquí esta noche y de haber sido vecino y párroco de Valencia; es un honor que ostentaré toda mi vida, que me acompaña siempre, como el cuadro de la Virgen del Valle vela la cabecera de mi cama. Y es una alegría seguir “formando parte”, de alguna manera, de “mi” pueblo; porque, si no os parece mal y me dejáis, Valencia será siempre “mi” pueblo. Con un pedazo de mi corazón siempre aquí, con vosotros, junto a la Señora. ¡VIVA LA VIRGEN DEL VALLE! ¡VIVA VALENCIA!
domingo, 11 de septiembre de 2011
PREGÓN EN VALENCIA DEL VENTOSO (I)
Hacer el pregón de las fiestas de mi pueblo, Valencia del Ventoso, ha sido una experiencia para mí nueva e impresionante. Fue anoche, ante una multitud de vecinos en la plaza, con mis padres y varios amigos de Santa Ana que me acompañaron.
Estoy impactado por las muestras de cariño de la gente, por la acogida y las felicitaciones... Yo sabía que en Valencia se me quiere mucho, pero esto desborda todo lo que hasta ahora había vivido. Me siento muy feliz, muy afortunado y reconocido.
Es curioso cómo la vida es un carrusel que sube y baja: te ves hundido, humillado y fracasado... y pasas en poco tiempo a estar en la cresta de la ola, valorado, rebosante de éxito. Hay que acordarse de esto para relativizar cada momento con los pies en el suelo: ni creérselo ni estar arrastrao.
Disfruto de un momento luminoso. Y esto es lo que ofrecí a los valencianos.
Queridos vecinos y amigos:
Desde que nuestro alcalde me llamó, una noche de junio, para proponerme realizar el pregón de las fiestas de mi pueblo, estoy impactado y perplejo: jamás me podría haber imaginado una cosa semejante. Me lo tuve que pensar un par de días; “Dios mío, ¡el pregón de Valencia! Pero si sólo estuve dos años con ellos, ¿qué les puedo decir?”.
Posiblemente, reflexioné, las cualidades que se necesitan para ser pregonero se reducen a una sola: querer al pueblo. Eso me animó; si el pregón consiste en declarar que amo Valencia, entonces habéis dado con la persona indicada. Agradezco de corazón a la corporación municipal este privilegio; es un honor que no creáis que no me ha costado trabajo: cada vez que empezaba a escribir me ponía a llorar, y así se tarda en sacar las cosas adelante…
Quiero a Valencia. Quiero a este pueblo desde el día que lo pisé por primera vez; era la víspera del Corpus. Tenía yo curiosidad por ver la parroquia que el obispo Don Antonio Montero me había encomendado pocos días antes, así que sin decir nada me presenté aquí con mi hermana pequeña, en pantalón corto, como si fuéramos una pareja de turistas que curiosean los preparativos del día del Señor; las mujeres estaban aquella tarde preparando el dibujo de sal de colores, y recuerdo perfectamente la impresión que me produjo la iglesia con su torre. Nos miraban al salir, y quizá alguien escuchó la conversación telefónica con mis padres: “¡Mamá, me ha tocao una catedral!” (…). La primera impresión de mi casa parroquial fue Angelita, que con la brocha en la mano me miró de arriba abajo con su gorro y dijo: “¿tú eres…?” (debía de seguir vestido con bañador y chanclas)… “¿esto es un cura?”. Jejejeje.
Era mi primer pueblo, ¡qué emoción más grande sentía! Porque, aunque llevaba ya cuatro años de cura, siempre había trabajado en colegios como profesor y animador de grupos de jóvenes, y llegué totalmente novato en el arte de ser cura de pueblo. ¡Todo era nuevo! Y todo tuve que aprenderlo: los papeleos de la parroquia, el trato con los enfermos, cómo se prepara una novena… no sabía ni saludar por la calle (porque en Mérida, al entrar en el banco no se dice ná), hasta que me explicaron que en el pueblo nos conocemos todos y siempre nos saludamos, y el cura con más razón.
Desde el principio me sentí muy bien recibido; luego comprendí que ser acogedores forma parte del carácter de Valencia, es casi el rasgo que mejor define a la gente del pueblo. Intenté ser un vecino más, vivir como se vive aquí, sentir como un valenciano, y eso me enriqueció enormemente, me hizo mejor persona y me forjó como sacerdote. Para mí es algo grande: soy cura de pueblo al estilo de Valencia, con la sensibilidad, la franqueza y la capacidad de acogida de la gente de mi pueblo, que me enseñó a dar mis primeros pasos. Si mi primer destino hubiera sido otro pueblo o una ciudad, seguro que no sería como soy ahora.
Sin darme cuenta fui aprendiendo el idioma de Valencia, a hablar con sus expresiones; me gustan las palabras del pueblo, las que se dicen por la calle, comprando fruta o haciendo una visita; las palabras que guarda Paco Amaya y todos soltamos: farrondón, espiche, empercudir, escamondar, sihombre, ¿eso quién lo dice?
Me gusta la historia del pueblo, la que nos cuenta Leandro Rivero y nos ilustra Isidoro con su museo. Menhires junto al Ardila nos sugieren un lugar fascinante, habitado desde donde alcanza la memoria sucesivamente por iberos, romanos y árabes; más tarde villa templaria y luego santiaguista, con castillo, casas señoriales y convento; de gentes sencillas del campo, de profunda entraña cristiana; pueblo viejo, con solera de siglos, habitado de nombres y de recuerdos, adornado de retazos de antigua grandeza en sus entretelas. “Pueblo noble, sano y tierno”, como dice Fernando; con los ojos siempre vueltos a su Madre del Valle, ¡así es mi pueblo!
Es muy hermosa y muy rica la cultura del pueblo. Un auténtico tesoro que hemos de cuidar y legar con cariño a los niños y jóvenes. Cultura es la manera de ver las cosas, de hablar, de tratar con los demás; cultura es el bagaje que nos une a nuestros antepasados, es nuestra identidad como pueblo, lo que nos hace ser nosotros mismos y al mismo tiempo nos posibilita cambiar, ser originales y modernos a la vez, fieles a nuestra raíz y lanzados hacia el futuro.
Cultura eran las juncias aquel día del Corpus, el Señor elegante por las calles blancas, mecido por las exquisitas melodías de la Banda Municipal; cultura es San Isidro, explosión de encuentro y alegría; cultura es un recital de nuestra Coral, que destila finura y calidad; cultura son las capeas, aunque se escape una vaca como aquel año… Cultura es San Blas, un día de cielo en medio del desierto invernal, un delicioso paréntesis de fiesta. Acudimos todos a San Blas con nuestras roscas, los cordones y las ramas de romero, orgullosos de ser valencianos; recibimos la bendición emocionados y divertidos… Blas suministra agua y el párroco nos pone empapaos.
Estoy impactado por las muestras de cariño de la gente, por la acogida y las felicitaciones... Yo sabía que en Valencia se me quiere mucho, pero esto desborda todo lo que hasta ahora había vivido. Me siento muy feliz, muy afortunado y reconocido.
Es curioso cómo la vida es un carrusel que sube y baja: te ves hundido, humillado y fracasado... y pasas en poco tiempo a estar en la cresta de la ola, valorado, rebosante de éxito. Hay que acordarse de esto para relativizar cada momento con los pies en el suelo: ni creérselo ni estar arrastrao.
Disfruto de un momento luminoso. Y esto es lo que ofrecí a los valencianos.
Queridos vecinos y amigos:
Desde que nuestro alcalde me llamó, una noche de junio, para proponerme realizar el pregón de las fiestas de mi pueblo, estoy impactado y perplejo: jamás me podría haber imaginado una cosa semejante. Me lo tuve que pensar un par de días; “Dios mío, ¡el pregón de Valencia! Pero si sólo estuve dos años con ellos, ¿qué les puedo decir?”.
Posiblemente, reflexioné, las cualidades que se necesitan para ser pregonero se reducen a una sola: querer al pueblo. Eso me animó; si el pregón consiste en declarar que amo Valencia, entonces habéis dado con la persona indicada. Agradezco de corazón a la corporación municipal este privilegio; es un honor que no creáis que no me ha costado trabajo: cada vez que empezaba a escribir me ponía a llorar, y así se tarda en sacar las cosas adelante…
Quiero a Valencia. Quiero a este pueblo desde el día que lo pisé por primera vez; era la víspera del Corpus. Tenía yo curiosidad por ver la parroquia que el obispo Don Antonio Montero me había encomendado pocos días antes, así que sin decir nada me presenté aquí con mi hermana pequeña, en pantalón corto, como si fuéramos una pareja de turistas que curiosean los preparativos del día del Señor; las mujeres estaban aquella tarde preparando el dibujo de sal de colores, y recuerdo perfectamente la impresión que me produjo la iglesia con su torre. Nos miraban al salir, y quizá alguien escuchó la conversación telefónica con mis padres: “¡Mamá, me ha tocao una catedral!” (…). La primera impresión de mi casa parroquial fue Angelita, que con la brocha en la mano me miró de arriba abajo con su gorro y dijo: “¿tú eres…?” (debía de seguir vestido con bañador y chanclas)… “¿esto es un cura?”. Jejejeje.
Era mi primer pueblo, ¡qué emoción más grande sentía! Porque, aunque llevaba ya cuatro años de cura, siempre había trabajado en colegios como profesor y animador de grupos de jóvenes, y llegué totalmente novato en el arte de ser cura de pueblo. ¡Todo era nuevo! Y todo tuve que aprenderlo: los papeleos de la parroquia, el trato con los enfermos, cómo se prepara una novena… no sabía ni saludar por la calle (porque en Mérida, al entrar en el banco no se dice ná), hasta que me explicaron que en el pueblo nos conocemos todos y siempre nos saludamos, y el cura con más razón.
Desde el principio me sentí muy bien recibido; luego comprendí que ser acogedores forma parte del carácter de Valencia, es casi el rasgo que mejor define a la gente del pueblo. Intenté ser un vecino más, vivir como se vive aquí, sentir como un valenciano, y eso me enriqueció enormemente, me hizo mejor persona y me forjó como sacerdote. Para mí es algo grande: soy cura de pueblo al estilo de Valencia, con la sensibilidad, la franqueza y la capacidad de acogida de la gente de mi pueblo, que me enseñó a dar mis primeros pasos. Si mi primer destino hubiera sido otro pueblo o una ciudad, seguro que no sería como soy ahora.
Sin darme cuenta fui aprendiendo el idioma de Valencia, a hablar con sus expresiones; me gustan las palabras del pueblo, las que se dicen por la calle, comprando fruta o haciendo una visita; las palabras que guarda Paco Amaya y todos soltamos: farrondón, espiche, empercudir, escamondar, sihombre, ¿eso quién lo dice?
Me gusta la historia del pueblo, la que nos cuenta Leandro Rivero y nos ilustra Isidoro con su museo. Menhires junto al Ardila nos sugieren un lugar fascinante, habitado desde donde alcanza la memoria sucesivamente por iberos, romanos y árabes; más tarde villa templaria y luego santiaguista, con castillo, casas señoriales y convento; de gentes sencillas del campo, de profunda entraña cristiana; pueblo viejo, con solera de siglos, habitado de nombres y de recuerdos, adornado de retazos de antigua grandeza en sus entretelas. “Pueblo noble, sano y tierno”, como dice Fernando; con los ojos siempre vueltos a su Madre del Valle, ¡así es mi pueblo!
Es muy hermosa y muy rica la cultura del pueblo. Un auténtico tesoro que hemos de cuidar y legar con cariño a los niños y jóvenes. Cultura es la manera de ver las cosas, de hablar, de tratar con los demás; cultura es el bagaje que nos une a nuestros antepasados, es nuestra identidad como pueblo, lo que nos hace ser nosotros mismos y al mismo tiempo nos posibilita cambiar, ser originales y modernos a la vez, fieles a nuestra raíz y lanzados hacia el futuro.
Cultura eran las juncias aquel día del Corpus, el Señor elegante por las calles blancas, mecido por las exquisitas melodías de la Banda Municipal; cultura es San Isidro, explosión de encuentro y alegría; cultura es un recital de nuestra Coral, que destila finura y calidad; cultura son las capeas, aunque se escape una vaca como aquel año… Cultura es San Blas, un día de cielo en medio del desierto invernal, un delicioso paréntesis de fiesta. Acudimos todos a San Blas con nuestras roscas, los cordones y las ramas de romero, orgullosos de ser valencianos; recibimos la bendición emocionados y divertidos… Blas suministra agua y el párroco nos pone empapaos.
(Continúa en la siguiente entrada)
domingo, 4 de septiembre de 2011
VUELTA A EMPEZAR
Con el día de hoy se ha terminado definitivamente el verano. De pronto me veo delante de mi ordenador, rodeado por calendarios, papeles, libros de catequesis, un pedido de velas y parafina (qué propio, ¿verdad?), homilías pendientes, la agenda fusilada y un torbellino mental de ideas, proyectos y deseos para este curso que comienza. Mi cabeza está ya en clave de curro, rebosante y enchufá.
Este año, curiosamente, no lo llevo tan mal como el curso pasado. No es que tenga ganas de empezar, pero oyes, estoy animado y con ganas. Ha sido un verano muy bonito, muy lleno, en el que me ha dado tiempo a hacer muchas cosas, a vivir peripecias varias; he hecho de tito, me he tostado al sol, he disfrutado de la compañía de amigos (raro privilegio), he terminado la cuarta semana de los Ejercicios, he estado de campamento, he salido de picos pardos, he charlado con mi madre, he pagado 450 Euros para reparar el coche, he ido de boda, he leído, he estudiado, y hasta he descansado. Oyes.
Me siento muy especial por comenzar... ¡mi tercer año en las parroquias! Para mí es un record, porque nunca había durado más de dos años. Orgulloso por contar con el proyecto parroquial, cocinado a fuego lento el curso pasado, ahora se trata de caminar, de profundizar, de consolidar lo que juntos hemos imaginado. Preveo un curso muy interesante; no tan atropellado como el pasado, menos atiborrado, más pausado y "esclarecío". Intuyo meses preciosos.
Tengo buenas vibraciones. Y no hay tiempo que perder, que están los anuncios de chandals y fascículos campando por la tele, y ya hay que echar una manta por la noche. Manos a la obra que se nos hace de noche y pa luego es tarde.
¡Feliz curso para todos!
Este año, curiosamente, no lo llevo tan mal como el curso pasado. No es que tenga ganas de empezar, pero oyes, estoy animado y con ganas. Ha sido un verano muy bonito, muy lleno, en el que me ha dado tiempo a hacer muchas cosas, a vivir peripecias varias; he hecho de tito, me he tostado al sol, he disfrutado de la compañía de amigos (raro privilegio), he terminado la cuarta semana de los Ejercicios, he estado de campamento, he salido de picos pardos, he charlado con mi madre, he pagado 450 Euros para reparar el coche, he ido de boda, he leído, he estudiado, y hasta he descansado. Oyes.
Me siento muy especial por comenzar... ¡mi tercer año en las parroquias! Para mí es un record, porque nunca había durado más de dos años. Orgulloso por contar con el proyecto parroquial, cocinado a fuego lento el curso pasado, ahora se trata de caminar, de profundizar, de consolidar lo que juntos hemos imaginado. Preveo un curso muy interesante; no tan atropellado como el pasado, menos atiborrado, más pausado y "esclarecío". Intuyo meses preciosos.
Tengo buenas vibraciones. Y no hay tiempo que perder, que están los anuncios de chandals y fascículos campando por la tele, y ya hay que echar una manta por la noche. Manos a la obra que se nos hace de noche y pa luego es tarde.
¡Feliz curso para todos!