martes, 29 de septiembre de 2015

UN AÑO EN PERÚ (POR FIN ME HE COMIDO LA CABEZA DEL CUY)


Amanece en Huambo. La claridad va atravesando dulcemente la ventana, despasito. El silencio se ve apenas moteado por los ecos lejanos de la banda, que llama al pueblo a despertar a la fiesta: hoy es el día de San Miguel. Hoy hace un año que llegue al Perú.

Mi desperezo es una plegaria de agradecimiento y asombro, mientras este tiempo pasea ante mi recuerdo y acaricio su impacto en mi vida. Ha sido muy intenso, repleto de rostros, lugares, experiencias nuevas, surcado de sorpresas. Muy hermoso y muy difícil. Ha habido risas y carcajadas, pero también momentos muy crudos, llenos de lágrimas.

Todito entretejido en tu bondad. La expectativa, el dolor, la extrañeza, el cariño, el trabajo, la dureza, la alegría, el desarraigo, la soledad, el amor. Todo lo acojo, todo viene de ti, todo me ha hecho aprender. Todo es gesto tuyo, destello de tu querer, sonrisa tuya, don tuyo. Tú “me has hecho capaz” (1 Tim 1, 12), me has acompañado en cada instante y me has ayudado a superar miedos, aguantar la fatiga, caer y levantarme, soportar la lejanía.

Servir, participar, escuchar, respetar, ofrecer mis panes y mis peces, esperar, amar y ser amado, caminar. Dejarme llevar… así ha sido. Tratando de adaptarme al río como he podido, a su velocidad, a su carácter, a su sabor.

El encuentro con la gente ha sido bendición desde el primer minuto. Su distintivo es la acogida sencilla, y su idioma es la palabra gracias. Me emociona ese candor, me abruma esa devoción, me calman las miradas limpias, me inclino ante las manos campesinas, fuertes y sinceras.

Veo que he ido afrontando retos que la vida y la misión me han ido planteando: vivir en equipo, hacerme entender, las caminatas extenuantes, hablar un poco de guayacho (“on dstás?”), aprender a comer arroz, los puentes y las oroyas, conducir por el barro y volver a hacerlo después de un accidente, quemar cumbias en la retreta, manejar moto, ir al Paujil… hasta el último: comer la cabeza del cuy, que por cierto está muy rica. Jaja.

Me siento feliz. Satisfecho, tranquilo y agradecido. Eso lo inunda todo. Nunca me has dejado solo, no he dado un paso sin que tu gracia me habitara, me protegiera, me moviera, me abrazara. Así ha sido.

Suena una marinera en la calle. Más tarde, en este día, habrá Eucaristía, procesión, almuerzo, keke de celebración en la parroquia, cena especial… y mi corazón seguirá teniendo ganas de bailar. Gracias por haberme traído a mi Perú lleno de música, de sufrimiento y pequeñez, de pies descalzos, de cerros con nubes, de ríos que te llevan, de pobreza y manos estrechadas, de barro, de sol brillante, de cuy con papas, de altura, de canto de aves, de ahorita, cafesito y acasito. Feliz cumpleaños.

jueves, 24 de septiembre de 2015

EL RETO DEL PAUJIL


Esta serpiente fue la única compañía que encontramos en toda la caminata al Paujil, el lugar más alejado que visitamos en nuestra parroquia, más de ocho horas a pie, un desafío a los límites del cuerpo, una prueba para la inteligencia, un contraste a la paciencia... y un palizón.

Salimos de Primavera, de casa de Eugenio, mi compañero en este episodio, sobre las 8:30 de la mañana. El camino va ascendiendo implacablemente entre espectaculares bosques hasta la punta, donde se alcanzan los 1900 metros de altitud. Esta vez, tras la experiencia del viernes santo, procuro parar a comer y beber casi cada hora, y nos vamos jincando unas barritas energéticas que aún guardo del viaje a España (¡gracias, mamá!). No hay ni una sola casa desde Primavera al Paujil, no vemos absolutamente a nadie, y hablamos de todo un poco: teología, abusos en la apropiación de tierras, trazado de la carretera, los obispos, el medio ambiente... La cosa va de momento bien.

Bajando se alcanza el tambo, que es una cabaña de madera a medio camino para poder descansar resguardados, almorzar e incluso pasar la noche. El sol está alto pero al ambiente en la altura es agradable, atacamos los fiambres que Armandina nos ha preparado (arroz, plátano, pollo, yuca) y dormimos una siestecita rodeados de mariposas, algunas hermosísimas. Todo es acá virgen y salvaje, no hay un gramo de humo de carro, el aire es delicioso.

Pero en el descenso al valle me ataca la fatiga, la tremenda pendiente (se baja hasta los 1000 metros) carga mis rodillas; de modo que, con 28 kilómetros a cuestas, llego pidiendo la hora. Pero llego, que es lo importante. "¿Qué tal, padre? ¿Cómo ha encontrado el camino al Paujil? ¿Para no volver más, quizá?" - me dice Juan, el agente de pastoral, y no estoy seguro de que hable en broma. Pero cómo no regresar, con lo bien que nos han acogido ofreciéndonos chicha de hongos y un plato de arroz con picuro (https://es.wikipedia.org/wiki/Cuniculus_paca) riquísimo que me he ventilado en un suspiro. Y con lo bien que lo hemos pasado por la noche en la misa con bautizos... ¡por supuesto que volveré al Paujil!

En varios momentos del día siguiente me retracté de esas palabras. Esta vez salimos antes de las 7, y enseguida comenzó a diluviar: un lluvión torrencial que prácticamente no nos abandonará durante casi toda la jornada. Durísima es la ascensión de vuelta, una rampa terrible de más de 14 kilómetros que te jala tus fuerzas sin piedad. Chorreando agua y sudor, calado hasta los huesos, con las botas inundadas, luchando por no perder el aliento, necesito recordar por qué estoy acá, qué hago acá. Lo paso mal, me agreden las dudas, pero nunca me vence la sensación de no poder dar un paso más, trato de gestionar el agotamiento con pausas, alguna fruta y un sorbo de agua. Además de los músculos, el sentido común y la calma son verificados.

En la última parte, ya más suave y sin lluvia, me pareció que ya estaba hecho. Pero quedaban las quebradas, cargadísimas. Y atravesando una de ellas por las piedras, ¡plof!, nos caímos al río los dos al mismo tiempo (que ya hay que ser torpes). No pasó nada, apenas algún golpe, y el susto que se trasmuta en risa, y la risa en carcajada al arribar a casa de Eugenio y sentir que lo he logrado: más de nueve horas caminando empapado, 56 tremendos kilómetros en dos días, las piernas en gestación de agujetas, ampollas, heridas por el roce del jebe de las botas, y mi fe más consistente.

Sé que no es una gran hazaña misionera y que más bien parece una crónica de trekking, pero había que contarlo. Han ido cayendo muchos retos en estos meses, y éste era uno de los punteros. Prueba conseguida.

Eugenio y yo en el mirador en medio de la niebla. Una imagen para la posteridad

sábado, 19 de septiembre de 2015

EL OFICIO DE ABRAZAR


Y de besar, y de cosquillar, y de sonreír, bromear, tocar y cariñar en todas las versiones. No te dedicas a otra cosa en cuanto pones el pie en la Aldea Infantil, como si pudieras apaciguar el escozor de los abrazos no dados o suturar la nostalgia de los besos perdidos.

O calmar los gritos silenciosos de estos niños abandonados, maltratados, abusados, heridos hasta el punto que la administración retiró la tutela a sus papás para proteger sus derechos y devolverles al menos una porción de niñez. Pero infancia siempre precaria e incompleta, saqueada por la melancolía de la ausencia del amor que no fue y que tanto se necesitó.

No es suficiente ir, entrar a los cuatro hogares, saludar, bromear, jugar al voley, hacer coreografías, almorzar juntos, marcar (coger en brazos) a los más pequeños... Se te tiran encima, te aplastan, un montón de brazos te requieren, ojos te buscan y risas reclaman tu atención, pero no es suficiente. Nada puede sustituir el cariño íntimo de mamá, forjador de nuestro corazón cuando somos bebés. Por eso siempre sobrevuela la Aldea una especie de muda evocación que lo viene a teñir todo de tristeza.

M. tiene dieciséis años y un trauma que la tiene abotargada. Cuenta que cuando era chica unos hombres viejos le hicieron "muchas cosas malas" (...), la drogaron, la utilizaron para sabe Dios qué. A duras penas sujeta su desbarajuste afectivo, y cuando te descuidas se pone a oler pegamento y comer la cal de las paredes, como si así pudiera sacudirse el asco y la desgracia. No sabe por qué lo hace, pero no puede evitarlo, llora, "yo quiero ser buena"... La Aldea, que acoge a 40 niños de toda la región Amazonas, no cuenta con personal cualificado para ayudar a M., así que hoy la han trasladado a Cajamarca. Nos hemos despedido dentro de una nube de desconcierto y desconsuelo. Pobre M., ¿dónde está su tierra firme?

Las cuidadoras de los niños, las "tías", hacen lo que pueden, y yo intuyo que cada día son incapaces de encajar tantas historias, tanto sufrimiento pegado a la piel de estos niños: los cinco hermanos de Achamal, Doris y su tartamudeo, J. al que no soportan los maestros y que ha vivido recibiendo palos, Adly, Sherlyta, Evelyn, Albeiro, Diana, Shiara, Joaquín, Claribel, Jesús, Loli... todos hasta el bebito Percy. La directora de la Aldea es Llina, que maneja su capacidad de dar amor combinada con resortes para educar a niños con laceraciones interiores muy profundas, muchas todavía dolorosas, todas dejarán cicatrices en su sensibilidad y su raíz.

A veces no existen los papás, pero a veces sí, y pueden ir a ver a sus hijos los domingos. La cruda realidad es que apenas llegan a cinco las visitas, y cuando sale el tema las caras de decepción te parten el alma. Los niños ya fueron botados y en muchos casos el desamparo continúa. Luego están los "padrinos", son (somos) personas que tratamos de hacernos cargo de algún niño, ayudar a su sostenimiento, aconsejarle, visitarle, sacarle de paseo... Unas veces coincide con los padrinos de Bautismo, otras no, y otras es cosa de un día y un regalo (...). Triste de nuevo. Los niños tienen cubiertas sus necesidades materiales, pero están sedientos de amor verdadero.

Suelo ir a la Aldea "por nada", para ver a los niños nomás. Llego creyendo que voy a ejercer el "oficio de consolar" (Ejercicios 224) abrazando a troche y moche, pero lo que ocurre es que ellos me curan los cansancios, me sacan mi mejor sonrisa y hacen rebosar mi propia necesidad de ser querido rescatando de la indigencia a mi corazón. ¿Quién conforta a quién? ¿Cuáles son las manos que acarician y cuáles son estrechadas? ¿Quién de entre todos los niños, incluido yo, siente más intensamente el respiro de la felicidad? Todo el mundo me llama "padre", pero acaso solo en la Aldea lo escucho vibrando mis oídos de sentido y alegría. Soy un "padre sin hijos", pero palpo que esto es lo más parecido.

Anteayer llegaron los últimos niños: Juan Manuel, Nicolás y... Esperanza. Su historia, para otro día. Ahorita antes de terminar esto, me acuerdo del evangelio de mañana: Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: "El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí" (Mc 9, 36-37).

El Bollo de leche tocando los botones del reloj, que es lo que le chifla

lunes, 14 de septiembre de 2015

CASTILLO, HUAYNOS Y PISCO SOUR


- "¿Y acá en Perú qué se bebe? ¿No hay cubatas?" - pregunté.
- "Hay combinados" - me contestaron.
- "Vayan a sacarlos del bar El Alto" - pedí. "Estoy por aquí".
Y traté de confundirme entre la gente que empetaba la plaza de armas, pero no pude: a cada paso "buenas noches, padre", "padrecito ¿cómo está?"... Aquí hay menos anonimato que en La Lapa, jaja. Esta noche de fiesta hay gente de un montón de sitios de la provincia, de manera que mientras paseaba hacía un concurso conmigo mismo a ver si acertaba la procedencia (porque los nombres ni pensarlo) de los que iba conociendo; nada, un desastre, tengo un lío tremendo en la cabeza de rostros, lugares y nombres.

A las 12 se encendió el castillo de fuegos artificiales. Un ingenio espectacular, gigante, hecho a mano con cañas, madera y pólvora, que arde o explota por fases iluminando la noche mendocina ante cientos de miradas asombradas. La multitud de vez en cuando serpentea para refugiarse de los chaparrones de chispas y emite una especie de ronroneo entre sorprendido y asustado: "¡Oooooohhh!”.

Una preciosidad humilde, como todo el aparato festivo de esta víspera de San Nicolás: un vendedor de algodón dulce, una mujer que hace churros con o sin manjar, algunos mercas ambulantes que se han colado en la plaza, varios futbolines bajo un improvisado tenderete con una bombilla, la cantina pequeñita junto los músicos y frente a las gradas de la iglesia, desde donde se contempla esta virguería pirotécnica cómodamente sentados.

Nos encontramos con Shalym, y quiere a toda costa bailar con Cristina, la hermana de su adorado padre Lolo. Como ya he pasado a la segunda ronda de tragos (primero un ronsito con cola, que no era Barceló pero daba el pego) y me está encantando este pisco sour (léase “sauer”) en vaso descartable, me animo. Adelaida me ve llegar y me jala al toque, y… un huayno, otro, otro, una cumbia, otra… El profe Echegaray invita a cerveza, la bebemos todos en un mismo vaso pequeño, por turnos, como se hace aquí (Papá, mejor que no leas esto…), y a la carga con más guaynos, marineras, cumbias y de todo. Jamás en mi vida he bailado tanto como la otra noche.

Me escapo en un piome* de Adelaida pero llega otra mujer, joven: “Padre, ¿le incomoda si le pido bailar con usted?” (mis hermanas tranquilas que no pasó nada). “Yo no sé bailar, pero me dejo llevar por ti” – le digo. Mientras nos movemos, me pregunta si me acuerdo de que hace algún tiempo que se vino a confesar, y sí, recuerdo que me contó una situación difícil en su familia. “Le pedí consejo, usted me lo dio, yo le hice caso y… se solucionó. ¿Ve allí? Aquella es mi hermana, todo está arreglado con ella. Quiero darle las gracias”. El estremecimiento que sentí no se debió precisamente a la mijina de aguardiente que probé, sino a un cóctel de pudor, orgullo y agradecimiento. Qué gente más sencillamente expresiva y buena, qué bendición estar aquí.

¿Cómo no seguir meneando el esqueleto? Hasta casi las 4 de la mañana, y quien no se lo crea que pregunte. A esa hora,reventao, dormí un ratino y a las 5:30 ya estaba comenzando el albazo del día central. Fue también una jornada muy chula, pero yo ya venía con la felicidad estallando en mi corazón desde la madrugada como las ráfagas multicolor en el cielo nocturno. Prendido en el paladar, el regusto dulce del limón convertido en sonrisa; y el vaivén ligero y desenfadado del huayno contagiado a mis pies. Quizá sin remedio. Para dejarme llevar.

* Un piome es una pausa, un descanso, un recreo. Una palabra que aprendí en Valencia del Ventoso, ¡viva la Virgen del Valle!


Draque con tortitas

martes, 8 de septiembre de 2015

PLAZAPICHE


Toda la noche dura la retreta, con la banda pegando caña en la plaza a base de marineras y músicas pachangueras y bailables a full. Pero a mí no me hizo ni mu y dormí como una marmota, estoy inmunizado desde los años de Valencia, aquellas noches de feria en que los altavoces del escenario justo en mi puerta hacían temblar todita la casa del cura. Ruidos a mí...

Así que no oí la llamada de Helen y Sandy Labajos a las 4 de la madrugada, pero la vi al rato y salté de la cama, ya me estaban esperando los muchachos de la JEC para avanzar en la confección de la alfombra de colores que hacemos todos los años para adornar la plaza. Es el primer día central de la fiesta patronal de Mendoza, la Natividad de María, y lo vivo a cada paso con mi Valverde de Burguillos, disfrutándolo igualmente aunque con otro estilo.

Dos sacos de serrín nos esperan en el salón parroquial, y mientras los muchachos van tiñendo, las puertas de la iglesia se abren porque llega el albazo: una oración a la Virgen para abrir la jornada festiva y de paso botar "religiosamente" a los últimos juergueros que enredan a los músicos en la plaza. Se reza un ratito, con la banda dentro de la iglesia acompañando (perdón de nuevo a los santaneros por no dejarles tocar aquel día...), y al salir empieza lo mejor.

Las del comité han traído draque y tortitas con dulce de frejol. El draque calentito lleva una mijina de aguardiente y... cataplán, las trompetas y el bombo cambian de registro, ¡a bailar! Son las 6 y pico y ya es de día, las limpiadoras adecentan la plaza en calma, apenas están apareciendo los primeros grupos de serrineros, y los de la parroquia hacemos un gran corro y nos ponemos a bailar en el atrio, adobadillos a partes iguales por el trago y por el gusto de que es fiesta. El padre Nico se marca unos pasos que nos hacen a todos reír, no deja de sorprenderme la capacidad de la gente para divertirse sencillamente, nomás sonreír y dejarse llevar.

A todo el que llega se le invita, como se hacía antiguamente para animar a los vecinos a limpiar la plaza después de la retreta y dejarla lista para la procesión; por eso se llama a este rato "plazapiche" (aunque también pudiera ser a causa de la costumbre de los juerguistas apurados de orinar en los costados de la plaza...), ¿a que es gracioso? Cuando la virgencita sale, la reciben preciosos dibujos y el grupo de danzantes guayachos de Cochamal, que engalanan toda la procesión con sus bailes tradicionales y sus trajes con pico de tucán. Me encanta, y al mismo tiempo no dejo de recordar a la Virgen del Valle en la plaza de Valverde, y a la visita a Verónica durante el besamanos, un vaso de agua fresquita para aliviar el calor.

Acá no hace mucho calor, pero cuando el sol asoma durante la procesión hay que ponerse la gorra para que no me abrase como ya me ocurrió por novato en Pomacochas. La Patrona va deteniéndose, se hace un silencio y una niña entona una loa a la Virgen, un poema tradicional de alabanza, piropo y petición, ¡precioso! De vuelta al templo, la alfombra con el logo de la JEC es pateada como pasa con todo arte efímero, pero las manos verdes todavía a esta hora no han vuelto a su estado normal (parecíamos Srek y Fiona).

Y eso que son las 10 de la noche. Colgado en la pared de mi habitación, un mapa de Extremadura evoca lo que no me hace falta que me recuerden: que es 8 de septiembre, que amo a mi tierra, aún tan lejos, y que en este día tan peruano mi corazón tarareaba la jota del Palancar. Pero la fiesta patronal continúa: el jueves, más.


Jeje...

viernes, 4 de septiembre de 2015

ORGULLO Y TEMBLOR


Primero fue Religión Digital: con temor y temblor acepté la invitación a escribir allí una columna (ver 20 de enero de 2011). Luego vinieron Militante, la web Acompasando... y ahora Iglesia en Camino, el semanario de nuestra diócesis de Mérida-Badajoz, fundado por D. Antonio Montero. Su director, Juanjo Montes, me sugirió colaborar. Y yo acepto con orgullo y temblor.

Se trata de una sección llamada "Historias de fe y de vida" en la que me iré turnando semanalmente con Manolo Lagar, capellán del hospital de Mérida. He quedado con Juanjo en escribir textos de unas 500 palabras a través de las que dejaré retazos de mi aventura peruana, trozos de vida en estos pueblos, con esta gente y estos jóvenes. Serán como entradas de mi blog impresas en las páginas de la revistilla diocesana. Y contadas también de viva voz, puesto que junto con el relato escrito enviaré un audio que será emitido en el programa "El espejo de la Iglesia Docesana" de COPE Badajoz, los viernes a las 13:30 en el 1269 AM y 87.6 FM. Casi .

¿Que cómo me siento? Por un lado, tembloroso o una mijita espantado ante la idea de que muchas más personas van a leer y escuchar mis historias en los medios diocesanos. La gente se lleva Iglesia en Camino de las misas de los domingos, y mi padre lo tiene siempre en su measa. No sé si afectará a la espontaneidad o frescura de lo que empezó siendo un ramillete de mensajes en una botella escritos para mí mismo... espero que no. Ojalá que el pudor no me apabulle ni esta pequeña notoriedad me infecte de vanagloria, espero que tampoco (no es para tanto).

Pero también hay en mí un gran orgullo. De formar parte de la comunidad diocesana de Mérida-Badajoz a pesar de la distancia; de tener la oportunidad de ser cauce de comunicación de mis dos iglesias; de poder hacer de testigo de la misión y posibilitar que mis paisanos se sientan parte de esta aventura de fe y Evangelio. Argumentos de calibre, pero también me siento orgulloso simplemente de transitar por Iglesia en Camino como un diocesano más, después de años siendo provisional y nuevo; y, por supuesto, privilegiado por compartir mi vida y arrancar alguna sonrisa, que es algo tan vital como el plato de arroz con pollo.

Podréis verlo en el enlace de la web de la diócesis que engancha con la hojilla: http://iglesiaencamino.com/. Y, por supuesto, las peripecias de allí antes habrán aparecido aquí, como ocurre con RD: Kpayo es la fuente.

Así empieza: "Trataré de expresar cómo me siento acompañado en medio del caminar de este pueblo peruano pobre y esperanzado, cómo intuyo el paso de Dios, que sabe a azúcar de caña, que es amable como el cafesito y dulce como la piña, y que quiere una Iglesia con las puertas abiertas de par en par, como las casas de nuestros pueblos extremeños".