martes, 26 de mayo de 2015

LA EMOCIÓN DEL REENCUENTRO


Por supuesto que he vivido otros reencuentros, pero nunca antes había sentido lo que estos días. No puedo guardar todas las sonrisas, los besos, las expresiones de sorpresa (¡¡¡pero ¿qué haces tú aquí?!!!), las llamadas... Son efímeras como una hermosa puesta de sol, pero creo que su huella en mí va a permanecer. Este reencuentro es diferente y especial.

Otras veces también llegué de lejos, pero después de estancias concebidas ya cortas, y por tanto eran retornos naturales y programados. O bien hube de volver inesperadamente, roto y fracasado, en regresos atropellados, traumáticos, que infectaban a los míos de desazón. De hecho, alguna sospecha ha habido: "Padrecito, capaz no te acostumbras; tú no vuelves más" - escuché un par de veces antes de volar; o en su versión española: "¿Ya te vienes? ¿Qué ha pasado, ha ido mal?".

Es la primera vez que vuelvo a España contento de venir, pero al mismo tiempo con fecha y ganas de regresar a Perú, porque vivo allí y, hoy por hoy, mi sitio está en Mendoza. Qué alegría tan grande ver a mis padres y a mi hermana Berta en el aeropuerto; y cómo temblaba anteayer cuando subía de celebrar misa en Santa María hacia mi casa sabiendo que ya estaban mis sobrinos y me esperaban... Esos besos, esos dibujos de bienvenida, esa ilusión por los regalos del tito...

Paco Sayago, Loren, Mª Luisa, Carmen y Reme... y el sábado en Santa Ana, a la comunión de La Bicha: la cara que puso cuando me vio hace que valga la pena el jet-lag. ¡Cómo disfruté! Grabiel lo describió muy bien: "Es como si no te hubieras ido". Madre mía, qué privilegio volver a abrazar a los amigos después de meses y encontrarse inmediatamente como siempre. Esa magia del cariño que aviva nuestra felicidad porque sentimos que hay gente a quien importamos de verdad. Es el patrimonio de nuestro corazón, lo más preciado de la vida.

Mi carro, el bacalao, que sea de día a las 10 de la noche, los helados y la tortilla de patatas, pasear por la plaza mayor de Salamanca, el chocolate, los compañeros de la Escuela de Ejercicios, una cervecita y el aperitivo... reencuentros con pequeños detalles sencillos, de los que prescindiré tranquilamente cuando llegue el día y que ahorita disfruto a tope. Pero a mis cariños no puedo renunciar, porque me ayudan a crecer, me hacen libre, me nutren de vigor e iluminan cada día el significado de mi camino.

Estamos estos días estudiando la Cuarta Semana, los encuentros de Jesús resucitado con sus amigos. Escucho, leo, comparto y recuerdo mi experiencia de esos ejercicios de contemplación, y la coloco en paralelo con los reencuentros de estos días con la gente; esa alegría tan singular, ese gozo único.

El amor que recibo y que regalo a mi familia y a mis amigos, la ternura, el aprecio incondicional, que resiste a la distancia y madura con el tiempo, es como una cicatriz pero al revés, es un tatuaje interior que me recuerda quién soy y lo bonita que es la vida. ¡Y ya tengo varios trazos peruanos en la piel de mi alma!

Gracias a todos por recibirme así. Quizá necesitaba este rápido viaje para estar bien preparado. Mi compañera Nieves, que no ha venido a Salamanca por una enfermedad, me lo escribió preciosamente:

Cierto que ahora que estás ya haciéndote, y los de allí se están haciendo a ti, tienes que venirte. Los problemas se daban por descontado. Solo adaptarse a una cultura e idiosincrasias y modos de hacer y trabajar tan distintos, supone un esfuerzo y conlleva sus dificultades. De todas formas ¿qué hay en nuestra vida que no suponga riesgo, dificultad, conflictos, ...etc? Cada día que pasa, voy acogiendo con más normalidad y, como parte de la vida, todo los que conlleva nuestro vivir aquí, seamos religiosos, sacerdotes o laicos. Al final, supone entregarnos por entero a lo que el Señor nos pone en el camino, sean personas, acontecimientos, la enfermedad... y, lo que sale en una película que vi sin buscarla: ¿Dónde estás? AQUÍ ¿Qué hora es? AHORA ¿Quién eres? ESTE MOMENTO. Sí, porque cuando vuelvas del todo, César, ya serás otro César. Mejor dicho ¡Ya lo eres!

viernes, 22 de mayo de 2015

SOLO OCURRE EN PERÚ


Me cuentan que, el otro día, en el banco había mucha cola de gente a cobrar (sería la pensión, supongo). De pronto, el cajero dice: "Por favor, si alguien va a ingresar, que pase adelante"; y es que el banco se había quedado sin dinero. Esa es buena, ¿eh? Y yo pensé: "esto na más que pasa en mi Perú", jajaja.

Hay un entierro a las 2. Pero la carretera, con los derrumbes, está en obras, y el muerto viene de un pueblo cercano a Mendoza que cae por ese camino. Dan pase a la 1, así que el cortejo fúnebre llega antes de tiempo, a la 1 y cuarto... y todos se van, con féretro incluido, a esperar en el quiosco de la plaza (¡con un calor!). Menos mal que llamaron, se abrió la iglesia, y el muerto aguardó dentro.

No sé qué demonios ha hecho el notario, pero por lo visto el otro día había un montón de gente delante de la puerta de su despacho, ¡que le querían pegar! Jaja. Esa idea podría ser exportable...

Solamente en Perú vas a la peluquera, que se llama Mary Liz, no tienes que esperar turno, te corta el pelo en 4 minutos y te cobra 5 soles, o sea, más o menos 1 euro y medio. Eeeeh?

Luego están las peripecias de los carros y las carreteras. Hace poco veo, camino de Chachapoyas, una camioneta que se ha metido de cabeza en un tremendo socavón que se ha abierto en la calzada. Madre mía. Pero lo más gracioso es que la gente comenta que "es normal, ahí de toa la vida hay una cangrejera (un gran hueco, como una cueva) debajo de la carretera y era cuestión de tiempo que pasara algo así". Jaja. Y los primeros que lo saben son los de la policía.

La policía se presentó el otro día a recogerme a la plaza de Los Olivos, para subirme a la punta, donde me recogería el carro de la cooperativa. Esperábamos todos a un amigo en moto, pero llegó la pasma y yo pregunté: "¿Vienen a detenerme? Si yo no he hecho ná". Jeje.

Esto solo pasa aquí. O que, mientras vas sentado en la combi, notes algo en los pies y al mirar te des cuenta de que hay un pollo que te pisa (...). O que, ante una parte fea de la carretera, puro barro, el chófer Don Avelino se para, agarra un pico ¡que lleva en el carro! y se pasa unos minutos preparando el sitio por el que va a pasar. Véase la imagen.

Las cosas de los muertos dan para mucho. Fui el otro día a Mapfre a pagar el seguro de las motos y veo, en la misma oficina de ventas, unos cinco modelos de ataúdes de pie, expuestos como si fueran marcas de cereales a elegir en el Mercadona. Y luego está "la capilla ardiente", el juego de crucifijo, velas, cortinas, adornos, etc. que se alquila cuando hay algún velatorio; pues hay un conjunto de éstos que ha estado perdido más de cinco meses (¿para qué lo querrían?) y justo apareció anteayer.

Perú es el único sitio del mundo en el que pides el menú en un restaurante y empiezan trayéndote el postre... y hay quien se lo come antes de la sopa. O vas a una casa con un compañero y te ponen dos quesos, uno por cabeza; decís que es mucho, os coméis medio queso por barba (y sí, Antonio Sáenz y yo tenemos barba), es decir un queso en total, y el otro... ¡nos lo llevamos pa casa!

¿Cómo harán los peruanos para caminar sobre barrizales sin mancharse los zapatos mientras que tú llevas las botas de barro hasta la rodilla? Misterios andinos. Lo mismo que los cubos vacíos de pintura, que por lo que sea siempre están en las iglesias, reutilizados para decoración. O por qué hay chicas que llevan el boli metido en el moño...

Por último está la radio: vas a hacer el programa y... tienes que ser Juan Palomo: control, pinchadiscos, guionista y locutor. Estás solo ante la mesa mezcladora, el ordenador, el micro y los oyentes. Esa también es buena, tanto que merece una entrada aparte. ¡Ay Perú! ¡Qué sitio!

sábado, 16 de mayo de 2015

¿DAR O NO DAR?


Acaba de irse de mi despacho una mujer con un niño. Viene de la consulta del ginecólogo, en el hospital; tiene el vientre hinchado y el miedo puesto en la cara porque el médico ha mencionado la posibilidad de "cáncer". Le han recetado tres tipos de medicinas y pide apoyo, que es la palabra mágica que se utiliza acá para pedir dinero. La mando a la botica de Dalila para que averigüe el precio del tratamiento y me quedo pensativo hasta que regresa: son 224 soles, un montón.

¿Qué hacer? Ella va muy modestamente vestida, pero el niño lleva unos buenos zapatos. Son de un pueblo lejano. Recuerdo que en las últimas dos semanas he apoyado a dos o tres casos graves, uno de ellos con más de 800 soles... A este ritmo me voy a arruinar. Pero ¿cómo no iba a ayudar a M., que es pobre de solemnidad y tiene un niño con un tumor cerebral? ¿O a la mamá de V., enferma de la columna, con una hija discapacitada y que se las ve y se las desea cada día para poner el plato de comida? Por otra parte... ¿cómo voy a estar soltando dinero así, al primero que aparece...?

Recuerdo que mi compañero Vicente me aconsejó antes de venir al Perú "no dar"; por lo menos al principio, así, tajante. Porque los padrecitos gringos tenemos fama de forrados, y en buena parte es la imagen que hemos dado: que manejamos plata, que vamos por la vida solucionando problemones, creando dependencias, cayendo en el paternalismo, a veces con complejo de redentores... Y veo que puede ser cierto; y es fácil, también: uno da, la gente te lo agradece mucho porque "el padrecito es muy bueno", y tú te sientes estupendamente salvando el mundo cada cuarto de hora.

Entonces, ¿apoyo a esta señora o no? ¿Y si no lo necesita en realidad? ¿Y si viene "a ver si cae algo", cosa que sucede constantemente? ¿Qué hago? Es un dilema cotidiano. De momento, como en todo, voy ensayando y equivocándome. No quiero ser ventanilla del banco, intuyo que dar así, sin más, no conduce a nada bueno ni resuelve los verdaderos problemas. Si esa señora tiene un tumor, deberían prescribirle una ecografía en Chachapoyas, por ejemplo. ¿Habrá entendido al doctor? Quizá había que haber empezado por ahí.

Y al mismo tiempo, hay situaciones que te llegan al alma, personas que sufren pobreza, abandono, enormes dificultades familiares, enfermedades sobrecogedoras... Y ante eso, ¿cómo no compartir al menos algo de lo que uno tiene? Y más si en España me dan "para que ayude". A mí me cuesta trabajo pedir, pero a los lectores de este blog les digo que, si quieren aliviar algunos dolores y remediar un poco ciertas miserias, yo recibiré encantado sus compartires (grandes o chiquitos, no importa) y procuraré que sirvan para que la vida sea más soportable y haya algunas sonrisas más volando por este Perú.

PS: la foto es del día de la cruz en Mariscal Benavides, un pueblo que se llama igual que Pepa.

lunes, 11 de mayo de 2015

FINDE EN LIMABAMBA

Se trabaja, se descansa, se conversa, se comen cosas ricas, se ven pelirrojos por la calle, se duerme a pierna suelta, se reza despasito, se visitan casas, se hacen planes, se trasnocha un poco, se toman cafesitos casi cada hora, se ríe uno a carcajadas y se disfruta. Es Limabamba, un oasis de tranquilidad y una de nuestras parroquias.

Llego el sábado temprano, a las 8:30. Abro la puerta de la cochera con mi llave, porque estoy en mi propia casa, entro al precioso patio con el naranjo grandazo y las orquídeas, y voy saludando. Aquí viven las cuatro hermanas Pasionistas y las chicas que tienen con ellas, así que recibes sonrisas femeninas a raudales. Todo está limpito, la habitación de los padres ordenada, las sábanas y las frazadas dispuestas. Da gusto.

La hermana Reginalda, alta, mayor y con chanclas, me ofrece en su acento brasileño un café pasado cargadito, parecido al de España. Es la jefa de la cocina, y realmente tiene tarea, porque al cabo del día son muchas las personas que entran y se les invita a sentarse, tomar algo y conversar. Aquí vivo la experiencia de la acogida, sencilla, genuina y sanadora.

Le pido prestado a la hermana Juana un libro, y me da uno de Anselm Grün: "Armonía interior: un camino posible". Lógico, porque así es ella: serena, esmerada, exquisita en el trato, contagiadora de calma. Prepara lentamente las flores para el sagrario y parece que las hipnotiza.

Llega el almuerzo, y aquí es autoservicio: locro, chicharrón de chancho, empanadas de yuca, ensalada... De todo y muy bueno (excepto la infusión de manzanilla, agggg, menos mal que hay té). La hermana Flor, la superiora, inteligente y de carácter, se desahoga durante la conversación; cuenta lo difíciles que son a veces las cosas, trabajar con la gente, luchar contra las rencillas y mezquindades... Aquí encuentro un espacio de comunicación, de compartir la misión con sus aventuras y desventuras.

Y falta la hermana Norma. Es mi brazo derecho acá, o más bien yo soy su brazo izquierdo, jeje. Lleva todo lo de la parroquia: el Consejo, los cantos, la JEC, la catequesis de Confirmación... Directa, capaz, servicial, eficaz, selvática y siempre con la sonrisa puesta. Con ella trabajar en equipo no solo es fácil, sino una suertaza.

Por la mañana me cruzo con alguna en pijama (ella y yo); al principio me daba más reparo, pero en Limabamba todo es tan sano y tan normal, que no me hago problema. Y luego están las niñas: adolescentes que llegan de pueblos lejanos, a menudo en situaciones de extrema pobreza, con tremendos problemas familiares, retraso escolar, necesidad de ayuda psicológica... Acá se esponjan, prueban la felicidad, aprenden a reír con ganas. Es reconfortante contribuir al caudal de cariño que hace que se vayan abriendo y puedan soñar con un futuro.

Comienza la oración. Sin prisas, salmos que recorren con suavidad la belleza de la capillita. No se dice, pero se siente que las religiosas y los curas de nuestra parroquia formamos una comunidad misionera, o al menos yo así deseo vivirlo. Porque me parece importante y porque lo necesito.

Las chicas al final de una velada. Jejeje.

martes, 5 de mayo de 2015

LA NIÑA BONITA


Mañana 6 de mayo se cumplen 15 años (!!) desde que el cardenal Carlos Amigo dijo aquella frase en la homilía de mi ordenación presbiteral: "Y como premio... serviréis a vuestros hermanos". Diosito: ¡15 años de cura!

Si me hubieran contado aquel día todas las cosas que iban a ocurrir, jamás lo hubiera creído. Si me hubieran dicho que hoy estaría en Perú, como sacerdote diocesano, en una parroquia inmensa y con otros dos compañeros, le habría olido el aliento al visionario. Nada ha resultado ser como yo me había imaginado, todo lo previsto quedó en pura teoría, Dios lo ha ido haciendo saltar por los aires mientras, con una sonrisa tierna y burlona, me ofrecía experiencias, personas y lugares magníficos para cuidarme y educarme.

Ya escribí hace tres temporadas que en estos años "todo ha sido mucho más" de lo que yo podía atisbar. Mucho más lindo, mucho más duro, más auténtico, más intenso, más difícil, más variado, más luminoso y más feliz. Por aquel entonces iba por la mitad de mi tiempo en mis Valles, ¡y qué tesoro más precioso guardo en mi corazón desde que me marché! Todo lo que allí viví me sigue haciendo el bien: el cariño de las personas, el trabajo en las parroquias, las experiencias que compartimos, todo eso ahorita me ayuda, me da equilibrio, me sigue construyendo, alimenta mi confianza en mí mismo y condimenta de sentido el camino.

Pero faltaba el Perú. Madre mía. Primero el sentirte misionero, que eso te queme de entusiasmo y de empuje y al mismo tiempo que el desgarro te duela en las entrañas. Luego, llegar a esta realidad y sentir que tus capacidades quedan atenuadas, tus mecanismos personales no funcionan y tus certezas pastorales son cuestionadas. Los hallazgos ya probados, tus pequeños trucos, tu manera de hablar, tus chistes y tus gracias... todo lo has de poner en remojo y volver a empezar. Disminuir y disponerte a escuchar porque todo es diferente.

Sin embargo, el lenguaje del cariño está en la misma longitud de onda. Es impresionante cómo nos quiere la gente, y lo expresa con un montón de pequeños detalles sencillos y constantes: un cuy que te traen a la casa, un cafesito después de misa, incontables "gracias" que se te pegan al oído, manos que estrechas, una llamada para que vayas a almorzar, sonrisas como cancha, un mensaje dando ánimos, un "muy bonita la misa, padre", una naranja que te dan hasta por la calle...

A golpe de cariños me voy "acostumbrando", como se dice acá. Ya no necesito tapones para dormir, la comida me sabe más rica, paseo por Mendoza como por casa, el tránsito intestinal es fluido (...), le voy cogiendo el ritmo a la parroquia y poco a poco veo que voy formando parte de la vida de esta gente. Hasta me parece que se enteran de lo que les cuento en la homilía, y creo que entiendo mejor cuando vienen a conversar.

Y luego está lo que cada día Diosito te pone por delante. Hoy he visitado a Casandra, una chica enferma que, con casi 20 años tiene un cuerpo de una niña de 8. Lleva varios días malita, no duerme, llora todo el rato, pero como no puede hablar no saben qué hacer. Esa madre... qué impotencia, que agotamiento en su rostro, qué lucha de toda una vida, qué amargura: "Ójala Dios se llevase ya a mi hija, padrecito". Y yo allí, sin palabras, solo era capaz de cogerle la mano. Era su pobreza y su desgracia unida a mi pobreza y mi incapacidad; solo tenía el óleo santo para darle, solo podía confiar en la bondad de Dios por si a la mamá la aliviaba. Qué crudo es ser cura.

Pero qué hermoso. Qué completo, qué arriesgado, qué trabajoso, qué estupendo y qué tremendo. Gracias a todos los que, en estos 15 años, me habéis enseñado. No puedo pagaros más que con devoción y afecto incondicionales. Una de las últimas, Marllory, la niña de la foto (¿a que es bonita?): con ella aprendí a comer guabas al toque y me eché una partida a encestar los huesos en un plato. Ganó ella, pero yo progreso adecuadamente.